Forma parte de la Misión Urbana de Zaragoza, un centro social en el barrio Oliver de cristianos evangélicos que, entre otras acciones, se dedica a repartir cada viernes cenas y mantas a 60 personas sin techo de la ciudad.

—¿Quiénes son los sin techo que duermen por las noches en Zaragoza?

—Nosotros visitamos cada viernes a unas 60 personas. Muchos de los que actualmente viven en la calle son musulmanes y del África subsahariana. Algunos han llegado en patera y otros llevan tiempo en la ciudad pero no encuentran trabajo, solo algo temporal de recogida de fruta, por ejemplo. Pero hay de todo, incluso gente de Zaragoza. Empezamos con este servicio en el 2008, y a lo largo de estos años han ido cambiado las personas, incluso han fallecido cinco que conocíamos. La mayoría son hombres de más de 50 años, aunque últimamente hemos tenido a tres mujeres, de las que una sigue en la calle y las otras dos están acogidas en un centro.

—¿Cuántos son de Zaragoza?

—De los 60 que visitamos, habrá unos diez. Hay personas de diferentes niveles culturales, incluso de formación universitaria o que han ocupado buenos puestos en su vida laboral anterior. El resto son de otras ciudades españolas, de latinoamérica, Europa u otros países.

—¿Qué hay detrás de los españoles que acaban siendo un sin techo?

—En la mayoría de los casos, un divorcio y alcohol. En muchas ocasiones el divorcio es por el alcohol. Estas personas no quieren saber nada de su familia y el único lugar que les queda es la calle. Nuestra labor es de servicio a la sociedad y todas las noches de los viernes salimos no solo a entregarles cena y mantas, sino a compartir con ellos un mensaje de esperanza y la palabra de Dios.

—¿Quiénes son las mujeres?

—De las que hemos conocido, falleció una de Zaragoza. Y de las tres actuales, una es de Zaragoza y dos son rumanas.

—¿Qué recorrido realizan y qué es lo que les dan para cenar?

—Somos dos grupos de 6 personas cada uno que nos vamos turnando los viernes y nos movemos con una furgoneta por la ciudad. Entregamos paquetes que contienen un bocadillo y galletas. Hacemos unos 60 bocadillos que suelen ser de tortilla de patata, espinacas o atún, para que también los musulmanes los coman. Llevamos un termo caliente de café y batidos. Tenemos un circuito fijo que recorre parte de la ciudad, no toda. Salimos sobre las 20.30 horas y regresamos a la 01.30 o dos de la madrugada.

—¿Por dónde van?

—Es un tema delicado revelar los sitios a los que vamos. Pero el recorrido se ha fijado a partir de ir detectando los lugares en donde estas personas pasan la noche. Hay otros grupos cristianos, como Remar, o de estudiantes que están con ellos otros días de la semana.

—¿Por qué no quieren ir al albergue?

—Algunos dicen que allí les roban o que está muy masificado. El caso es que prefieren la calle. No quieren ir y tampoco se les puedes obligar.

—¿Y la actitud del ciudadano con ellos?

—Hay quien les ayuda y les baja comida. Y a otros les molesta. A veces tienen peleas o van muy borrachos. Es entendible que a la gente no le guste encontrar a una persona durmiendo en su portal. H