Branly Coy ha trabajado en varios países, fue chef privado para el actor Tommy Lee Jones... Y por culpa de una película, acabó en Zaragoza, donde le pilló la pandemia. En este tiempo, ha publicado ‘Oda a la cocina’, con Elisabeth G. Iborra y ha decidido desarrollar aquí su proyecto.

-Permítame la guasa. A usted, Zaragoza le ha atrapado… Literalmente.

-(risas) Sí, ¡tal cual!

-Pero, ¿cómo acabó aquí? Quiero la historia desde el principio.

-Yo había estado en Europa y sabía que quería regresar. Un día, en Argentina, vi Nuestros amantes, de Miguel Ángel Lamata. Me enamoré de Zaragoza a través de la película. Al salir del cine, le dije a mis amigos: yo voy a vivir allí. Me tomaron por loco. Pero el destino quiso que así fuera…

-Y puso una escritora en el camino.

-De una camera casual, conocí en Buenos Aires a la escritora Elisabeth G. Iborra. Yo estaba desarrollando mi proyecto de cenas privadas y ella es escritora y periodista gastronómica, así que un amigo nos presentó para que intercambiáramos impresiones. Estuvimos toda una tarde hablando de cocina y, al final, yo cité Zaragoza… Y ella se sorprendió y me dijo: «Yo soy de allá». Así que me abrió su casa y me invitó a venir. Poco después, ella volvió a España, pero seguimos en contacto. Y, paralelmente, la situación en Argentina empezó a ponerse tensa. Siendo yo venezolano tenía la sensación de no querer repetir otra vez esa materia. Y empecé a buscar opciones.

-Entonces, vino a España...

-No directamente. En los años 18 y 19, yo estuve trabajando en la temporada de polo como chef de Tommy Lee Jones. Hice muy buena relación y les pedí recomendaciones, gracias a las cuales me salieron un montón de entrevistas en todo el mundo. Pero ninguna cuajó. Así que decidí aceptar la invitación de Elisabeth y conocer Zaragoza. Era febrero. Quince días después se decretó el Estado de Alarma.

-En ese momento, usted tiene que confinarse con Elisabeth, a la que en realidad no conoce mucho. Pero, en lugar de verle pegas al asunto, se ponen a trabajar.

-Así es. A ella le habían pedido recetas de eldiario.es y yo me puse a hacerlas. Nos ayudó a mantenernos activos. Unos días después me habló de un libro suyo, Oda a la comida. Y me planteó un reto: crear una receta para cada uno de los capítulos.

-El libro lo editó Amalgama, está en todas las plataformas… Por cierto, ¿alguna receta favorita?

-La receta del rabo de toro está muy buena… Aquí se come como plato principal y, en Latinoamérica lo usamos para sopas. Yo introduzco una variante con osobuco. Acompañamos la propuesta en maridaje con un amontillado.

-Me sorprende su capacidad de adaptación...

-Agradezco a la vida el haberme dado ese training. No me ha quedado otra. He trabajado en Grecia, en Noruega, en Buenos Aires… Ten en cuenta que yo salí de Maracaibo con 24 años para irme a Caracas y me tuve que adaptar a lo que fuera.

-Maracaibo, donde se enamoró de la cocina por culpa de su abuela.

-Cuando llegaba a casa de mi abuela, mientras mis primos estaban jugando, yo siempre estaba con ella cocinando. Y recuerdo que, cuando llegaba del colegio, me esperaba con una sopa de costilla de res… Nosotros somos de comer este tipo de recetas todo el año y eso que mi ciudad es de estar siempre a 40 grados (risas).

-Y, ¿cómo es la gastronomía venezolana? Está preparando un libro sobre ella…

-La parte de nuestra gastronomía que ha salido al mundo es la comida del día a día: tequeños, dulces o arepas, en las que los rellenos son infinitos. Pero hay otros muchos otros platos y cosas muy curiosas. Por ejemplo, en el Oriente de Venezuela se cocina con coco o con curry y cúrcuma. ¿Por qué? Porque, con la colonización, llegaron muchos esclavos de Trinidad y Tobago que, a su vez, habían traído las especias de la India. Hay mucho que contar.

-¿Echa de menos Venezuela?

-Claro. Pero la situación económica, política, social y de derechos humanos es dura. Todavía tengo mi familia allá. Los extraño. Pero lo que se ve es la punta del iceberg. Y quiero quedarme con el recuerdo que tengo de Venezuela. No quiero ir.

-Así que se queda aquí. Además de escribir, ¿qué planes tiene?

-Seguir con mi proyecto de cenas privadas Hygge Dinner. Zaragoza es una ciudad con movida gastronómica y bien comunicada, con lo cual en un salto puedo estar cocinando en Madrid o coger un avión a París. Es perfecta para esto.

-¿Cómo son esas cenas?

-Hygge es un término noruego. Una palabra que tienen ellos para denominar la felicidad de las pequeñas cosas, de dar valor, la alegría de disfrutar... Es lo que pretendo yo cuando preparo una cena privada. No tengo una carta preestablecida. Hablo con quien me la encarga para saber qué quiere. A veces hay quien me pide que le sorprenda. Eso es el gran reto.