Se licenció en Trabajo Social en Perú y hoy es la responsable de proyectos de educación para el desarrollo en la fundación Más Vida. A sus 38 años trata de acabar de una vez con un ‘Delito invisible'.

—¿Qué es el ‘Delito invisible’?

—Es un proyecto de educación para el desarrollo financiado por el Ayuntamiento de Zaragoza en materia de cooperación internacional. Nuestro proyecto consiste en visibilizar las formas menos visibles de la trata y la explotación infantil, sobre todo en lo referido al ámbito laboral. Es decir, la utilización de niños en condiciones de esclavitud en fábricas, en minas, como trabajadores domésticos…

—Parece un proyecto casi interminable.

—En la fundación llevamos desde el año 2012 trabajando en contra de la explotación sexual infantil. Ahora queremos dar visibilidad a esas formas menos conocidas que, al final, terminan en nuestro consumo.

—¿A qué se refiere?

—La mayor parte de los productos que consumimos aquí, en materias primas o producción, pasan por países pobres que en su cadena de producción pueden tener mano de obra infantil. Queremos sensibilizar a la población, incluso trabajar con menores para que sepan que hay otros niños que no pueden ir a la escuela porque son víctimas de explotación, que deben ser conscientes de su consumo. Hemos hecho talleres a través de la elaboración de podcast y ahora estamos con la campaña. Buscamos que el público sea un poco más consciente de su consumo.

—¿Qué incluye la campaña?

—A través de la plataforma Hunteet, pedimos a la gente que suba una fotografía que simbolice una infancia libre de la explotación. Luego tenemos una carpeta orientada a trabajar una hora contra la explotación infantil. Consiste en que durante una hora los centros educativos y de tiempo libre puedan dedicarla a hablar sobre quién era Iqbal Masih, un niño pakistaní que murió un 16 de abril.

—¿Es un símbolo?

—Sí. Es un niño que fue vendido por su padre a los 4 años a una empresa de telares para poder pagar la boda de su hijo mayor. Estuvo hasta los 10 años en esa fábrica, en la que trabajaba jornadas de más de 14 horas y recibía abusos, maltrato... A esa edad se escapó. Con 12 años fue asesinado por las empresas pakistanís dedicadas a la industria del telar. Iqbal dejó ver que los niños trabajaban en las fábricas como esclavos. Por eso el 16 de abril es el Día Mundial contra la Explotación Infantil.

—¿Qué sería un consumo responsable?

—Por un lado, pensar en aquello que consumimos. Si es necesario o un capricho, si ha pasado por una cadena de producción en la que trabajan niños… El móvil, por ejemplo, para que funcione necesita cobalto, y lo traen de la República Democrática del Congo. Allí está demostrado que 40.000 niños son explotados sacando cobalto.

—¿Cómo hacen llegar su ayuda?

—Intentamos garantizar la educación, que las familias más pobres lleven a los niños a nuestro centro educativo. Allí se les da la alimentación, que sirve como gancho. Ellos entienden que lo mandan a la escuela para que pueda comer; sin embargo, para nosotros es una forma de introducirlos en la educación, en definitiva de darles un futuro.