Joaquín Carbonell le entrevistó para este diario hace siete años. ¿Lo recuerda?

Recuerdo perfectamente. Fue por la exposición Nullius in verba, en el 2014.

¿Cómo ha evolucionado su obra desde entonces?

Desde ese momento empecé a enfocarme más en la vida de las personas. Antes, quizás estaba más interesado en temas de literatura, de historia… Mientras trabajaba en el proyecto de Las Armas 300, que consistía en hacer 300 dibujos a tamaño real de personas anónimas durante diez años, comencé a centrarme en documentar y contar historias a través del arte.

¿Por qué ese interés humanístico? ¿Es más gratificante?

Creo que es tener los pies más en el suelo, estar más centrado en la vida del día a día. El motivo central de toda mi obra ha sido siempre la figura humana. Sin embargo, ahora estoy pensando más en cómo son las personas, en retratarlas y dejar ver su vida. No es más gratificante; simplemente es diferente. Creo que me siento más cómodo.

Y en este nuevo trabajo, ¿por qué las bomberas?

Por una casualidad, unos meses atrás había conocido a una mujer bombera en el mercado. Hablamos de quedar y hacer un retrato. Me pareció muy interesante y pensé que había pocas mujeres en el oficio.

En su obra utiliza el grafito y el cartón, pero ahora le pido unas pocas palabras que retraten a las bomberas.

(Reflexiona) Seguridad en sí mismas, humildad y valentía, una fuerza interior.

Le pedía palabras aunque su idioma materno no sea el castellano. ¿Empezó con la escultura en Liverpool?

No. Con el arte sí empecé allí, pero, en realidad, la carrera la encontré en Zaragoza. Fue por necesidad: por unas circunstancias hice raíces aquí y, de repente, tuve que empezar a expresarme. Hubo una época muy difícil en mi vida, y al final encontré la escultura cuando daba clases en talleres para jóvenes en reinserción.

¿Son ciertos los tópicos de la vida del artista?

No puedo hablar por los demás… Yo soy una persona social, pero muy solitaria. Paso muchísimo tiempo solo y estoy cómodo así. Es cierto que a veces no encajo y siento que me cuestan ciertas situaciones. Por ejemplo, practico el ciclismo, no para competir, pero sí recorro 200 o 250 kilómetros a la semana. Me gusta ir solo y disfruto esos momentos. Para mí la vida del artista es un camino solitario.

(…)

Cuando hago una escultura uso trocitos de cartón mojado que pego uno tras otro. Esa repetición te lleva a otros sitios, es entrar en una especie de mantra. Igual que al caminar o al pedalear, para llegar a ese otro sitio en tu mente hay que hacerlo solo. Cuando voy en bicicleta con otras personas está muy bien, pero hablas todo el rato. Sin embargo, cuando vas solo dando a los pedales hay un momento en el que entras en otro mundo.

¿Es comparable esa trascendencia que encuentra en el ciclismo con la de las artes plásticas?

Creo que es otro tipo de satisfacción. Con el arte estás enganchado: la actividad mental es mucho mayor. Esa sensación te lleva a otro bienestar, creo yo.