Nómada ilustrada, periodista y autora de 18 libros (incluyendo ‘bestsellers’). Tras 20 años de periplo profesional volvió a su Zaragoza natal, que es su centro de operaciones como ‘free’. Acaba de publicar ‘La vuelta al mundo de Lizzy Fog’ (Casiopea).

¿Puedo llamarle Lizzy Fogg?

-Pues prefiero que me llamen Elisabeth, que digamos que representa a todo mi ser y no sólo a la parte viajera. El diminutivo de Lizzy solía llamármelo un ex mío y me recordaba sonoramente a Willy, el de los dibujos animados de La vuelta al mundo de Willy Fogg, que venía a ser la adaptación infantil de la novela de Julio Verne. Yo me la hice, pero en 18 meses. Fui más lista.

-Con este personaje como protagonista acaba de publicar una curiosa guía...

-Sí, el caso es que yo soy un personaje en mí misma por las ideas que se me ocurren, las movidas en las que me meto, o las que me ocurren por casualidad o causalidad. Así que para qué ficcionar cuando mi realidad supera con creces cualquier alarde que pueda hacer mi imaginación.

-Este libro está basado en una experiencia vital real que emprendió en el 2009.

-En efecto, cuando tuve el bestseller de Anécdotas de enfermeras, tenía que cobrar bastantes beneficios por las ventas y empezaba la crisis. Decidí huir del país dándome una vueltecita al mundo por 33 países, para ir escribiendo el libro y artículos sobre la marcha. Pensé que cuando regresara la crisis se habría acabado. Huelga decir que mis predicciones no se han cumplido, pero que me quiten lo viajao.

-Pero, ¿por qué una guía para mujeres?

-Porque coincide que cada vez hay más mujeres interesadas por viajar solas y, para responder a esa demanda surge una editorial especializada en escritoras viajeras como Casiopea. Por mi forma de ser, encuentro pocas diferencias entre viajeros y viajeras, pero he intentado dar algunos consejos que sólo les van a servir a las mujeres, como llevarse una copa menstrual. El resto (aventuras, recomendaciones, historia, cultura y análisis sociológicos) son útiles para ambos géneros.

-Creo que hay países como Nueva Zelanda que le impresionaron especialmente...

-De los 65 países que he visitado en mi vida es complicado quedarme con uno. El mundo entero es una belleza que me ha ido dejando sin palabras. Algo grave, siendo escritora... Pero es cierto que la naturaleza en Nueva Zelanda es apabullante. Aunque también, después de ver Río de Janeiro, ya me puedo morir tranquila.

-También hubo momentos duros...

-Lo más duro, como siempre en esta vida, es la muerte. Y se vino a morir mi pobre abuela doce días antes de regresar yo a España por Navidad, sin despedirnos. Todo lo demás tiene remedio. Viajando adquieres la seguridad de que, mientras estés viva, puedes solucionar cualquier cosa.

-¿Puedo contarle un secreto? Nunca sé bien dónde vive. Lo mismo está en Málaga, que en Barcelona. ¿Vive en el AVE?

-A veces me despierto y no sé dónde estoy ni yo. Lo he denominado nomadismo ilustrado, puesto que mientras me muevo, voy escribiendo. Hace más de dos años que volví a vivir a Zaragoza, después de 20 fuera, pero al final he llegado a la conclusión de que mi hogar soy yo.

-He leído que su ‘hobby’ es su vida. Que escribe de lo que le apasiona. Por ejemplo, las relaciones humanas o de género.

-Soy una hedonista compulsiva. Me encanta disfrutar y aprender de todo y escribir de forma que a los demás les sirva para disfrutar también. Sobre las relaciones, llevo desde mi primer ensayo (2005) estudiándolas a ver si entiendo algo y puedo explicarlas de forma que nos resulte más fácil entablarlas y mantenerlas.

-Solo le falta un libro de gastronomía...

-Pues en La vuelta al mundo de Lizzy Fogg hago un repaso por la gastronomía internacional, pero lanzo el guante a editores, bodegas y restaurantes de Aragón para hacer un libro que ponga en valor nuestros productos y cocineros. Lo tengo en mente desde que volví y no pararé hasta sacarlo.

-¿Usted siempre quiso ser periodista?

-A los 6 años se lo anuncié a mi madre y me soltó: «Joer, qué niña más rara». Me dice la familia que leía periódicos y libros desde los 4 años. Me pegué la infancia pidiendo libros para Reyes y leyendo incluso de madrugada, hasta el extremo de que mis padres me lo tenían que prohibir. ¡Cuándo se ha visto eso! (risas)

-El oficio no pasa por sus mejores días...

-Pobre periodismo... Hay que tener mucha vocación para dedicarse todavía a esto. La precariedad en la que trabajamos tanto los pocos que quedan en plantilla como los freelances (tal que servidora) ha mermado la calidad de la información. No podemos extrañarnos de que los lectores no compren medios, si total, gratis por las redes se enteran de lo mismo... Deberíamos ofrecerles más profundidad.

-Entonces, ¿por qué sigue en esto?

-Porque no sé ni quiero hacer otra cosa. Y sería muy infeliz si lo hiciera...