La historiadora del arte y miembro del Observatorio Aragonés de Arte en la Esfera Pública acaba de publicar ‘Los espacios verdes en la Zaragoza del siglo XIX’ (Rolde), que presentará en la librería Antígona el 21 de mayo.

—Aunque a veces lo creamos así, Zaragoza no ha contado siempre con parques...

—En el siglo XVIII surge la cultura paisajística, la idea de introducir los primeros espacios verdes a través de paseos arbolados pero, en realidad, no es hasta el siglo XIX cuando podemos decir que se consolidan estos proyectos urbanísticos en España.

—¿Por qué se impone esta visión paisajística?

—Nace en Inglaterra porque es el primer país que sufre las consecuencias de la Revolución Industrial, la introducción de las fábricas en las ciudades, la construcción de barrios obreros y esa vinculación que había entre las ciudades y ese medio natural que les rodeaba se empieza a perder. Es entonces cuando surge un grupo de personas que quiere luchar contra esa ciudad industrial introduciendo elementos naturales dentro de ella. Todo relacionado con esa idea de construir ciudades más higiénicas y bellas.

—Se empezó con paseos arbolados pero, ¿cuándo se da el paso a un parque?

—Fue un paso lento en el caso de Zaragoza porque construir un parque urbano no es lo mismo que un paseo arbolado. También es verdad que Zaragoza durante el siglo XIX está muy conectada con su entorno urbano, tiene el río Huerva, tiene el Ebro... Sus vegas están regadas y son fértiles y no se precisaba realmente de grandes espacios verdes. Además, estaban todos los desastres que había creado la Guerra de la Independencia...

—¿Por qué fue el actual Parque Pignatelli el primero de la ciudad?

—En 1880, Félix Navarro planteó un proyecto para un parque en lo que es la actual plaza de los Sitios, la huerta de Santa Engracia. No se llevó a cabo pero era un tema que palpitaba en el municipio. Se decidió elegir los terrenos del actual Parque Pignatelli porque era una zona que empezaba a aumentar la urbanización destinada a la clase burguesa. Esta tenía una finalidad bucólica de tener espacios verdes para embellecer la ciudad pero también con una aspiración para conseguir intereses económicos sobre sus parcelas. Se llevó una expropiación muy costosa pero se consiguió.

—Le confieso que a mí me ha apasionado la historia del Parque Bruil.

—Es uno de los parques más interesantes porque estos terrenos eran los de las huertas del Convento de San Agustín, y con la desamortización diferentes propietarios adquieren los terrenos para diferentes usos. Estos los compró el burgués Juan Bruil y decide construir una casa de recreo (Torre de Bruil). Lo interesante es que vienen jardineros de otras partes de Europa y traen todas las tendencias artísticas. Es una propiedad particular pero decidió abrir este jardín para que los ciudadanos lo disfrutaran. En periodos estivales y fin de semana, el público podía pagar una pequeña entrada y disfrutar. Había puestos de bebida, de venta de flores, hasta una pequeña montaña rusa, faisanes, pavos reales… Esa sociedad del momento no tenía otra manera de disfrutar su tiempo libre que ir a los espacios verdes. Sobre este terreno se construyó, ya en el siglo XX, el Parque Bruil.