Esta zaragozana de 22 años hizo un parón en su formación como geógrafa y se enroló como pastora durante unos meses. Aparece en la fotografía con ‘Niebla’, su fiel compañera en la aventura de la trashumancia.

Acababa de terminar el grado de Geografía en la Universidad de Zaragoza y también la cuarentena, en un momento de cambios ¿cómo decidió iniciarse en el mundo pastoril?

Yo estaba en Zaragoza durante la cuarentena y cuando acabó no tenía ni idea de qué iba a hacer con mi vida. Además, estaba muy saturada del confinamiento, necesitaba irme al campo y viajar, salir de aquí. En ese momento mi padre trabajaba de pastor con el rebaño trashumante del Concejo de la Mesta a cargo de Jesús Garzón, algo nuevo también para él, yendo desde la Sierra de Guadarrama, en Madrid, hasta cerca de los Picos de Europa en la montaña de León. Él me contaba qué tal le iba y me empezó a picar el gusanillo, entonces dije: venga va, me voy de viaje para desconectar unos días.

Esos días se convirtieron en meses.

Mi idea era ir a echar una mano a los pastores unos cinco días y después seguir viajando. Fui a mitad de junio y me uní a mis compañeros en Valladolid. Una vez allí, me di cuenta de que me estaba gustando más de lo que esperaba y cada vez tenía más curiosidad por llegar a la montaña así que decidí seguir. Cuando llegamos, a principios de julio, me ofrecieron quedarme para trabajar todo el verano como pastora hasta septiembre.

Trabajo que se alargó, ya que también hizo la trashumancia de otoño.

Eso es, quise terminar la experiencia volviendo a Madrid, partimos en septiembre. A finales de octubre teníamos que estar llegando al sitio en el que iban a pasar el invierno porque nuestras ovejas empezaban a parir, entonces íbamos con un poco más de prisa, eran muchos animales, unas mil ovejas y doscientas cabras. Yo no me quedé en la paridera porque a mitad de octubre tenía que volver a Zaragoza a empezar un máster.

¿Qué fue lo que más le atrajo de esta nueva aventura?

Ha sido una experiencia muy diferente a todo lo que había hecho antes. Me quedo con toda la gente que he conocido con una forma de ver la vida muy distinta a la mía. Al final son muchos días y he compartido grandes momentos con mis compañeros César, Javier, Luis, Jesús, mi padre Federico y la gente de los pueblos por los que pasábamos que se acercaba a saludar e incluso a darnos dulces que ellos mismos cocinaban, era muy gratificante.

El verano lo pasó acompañada de otro pastor en la montaña de León, ¿cómo fue la experiencia?

Vivíamos en una cabaña alejada de todo el mundo, solo bajábamos a un pueblo a por suministros. Además, ser pastora requiere trabajar 48 horas al día, tienes que estar pendiente todo el tiempo. Sin embargo, resultó mi parte favorita de la experiencia. Era un sitio precioso y muy distinto a la ciudad, estando en la montaña sentía que podía dedicarle el tiempo necesario a cada actividad, tardé cerca de un mes en adaptarme al ritmo de vida de Zaragoza, vivimos acelerados.

¿Le gustaría volver a ser pastora cuando acabe el máster?

Tengo muy claro que voy a volver, no sé si de forma temporal durante el verano próximo o si más adelante me dedicaré a la ganadería, solo sé que he encontrado algo que me gusta y que disfruto haciendo. No cierro las puertas a nada.