Este maestro jubilado del valle de Benasque ha trabajado un mes como voluntario en un centro de maternidad de refugiadas en Atenas que mantienen allí varias oenegés españolas. No es su primera experiencia, ni la última.

—¿Exactamente dónde ha estado?, porque este no ha sido su primer viaje solidario.

—En el proyecto Elna Maternity Center, en la ciudad griega de Atenas. Es una casa de maternidad que mantienen varias oenegés españolas para dar asistencia y servicios a mujeres refugiadas. En ese momento había 25. Anteriormente estuve en Katsikas, al noroeste de Grecia, un gran campo de refugiados con tiendas de campaña y unas mil personas. Y antes, en la localidad italiana de Ventimiglia, en la frontera con Francia. Aquello era un cámping salvaje sin condiciones de nada debajo de una autopista, donde la gente lo que intentaba era pasar como fuera a Francia y que el registro que les hacen de toma de huellas dactilares se lo hicieran allí.

—¿Con quién contactó para ir allá?

—En el valle de Benasque tenemos un movimiento de apoyo. Y a través de la oenegé Lleida pels refugiats enviamos donaciones y trabajamos como voluntarios. Ya hemos salido por lo menos 15 voluntarios. Cualquiera puede también ayudar. Todo lo voy colgando en mi blog katsikaslaodiseadiaadia. Escribo crónicas que me sirven no solo para comunicar lo que veo, sino para sacar lo que tengo dentro. Son situaciones muy duras, ves gente que lo está pasando mal.

—¿Qué quiere contar?

—Que la gente viene de situaciones muy duras de violencia de todo tipo. Que los embarazos son también a veces producto de violaciones que han tenido en su recorrido. Que hay dificultades de convivencia entre culturas que crean pequeños roces en temas como la limpieza colectiva. Mi experiencia es que siempre ha funcionado mejor lo relacionado con la comida que con la limpieza. Cuando uno está en estas condiciones, la comida es básica y el reciclaje es un lujo.

—¿Cuál es su mensaje?

—Unas madres, unos niños y unos bebés no tienen culpa ni ninguna responsabilidad de verse allí. No hay derecho a que en Europa, en Atenas, una mujer te cuente que ha dado a luz en un parque. La gente lo sobrelleva con dignidad y que lo que puede hacer una organización es muy poco. Nosotros no estamos apoyados por ningún gobierno, ni ninguna gran empresa. Podemos atender a 25 mujeres, pero todos los días venían a preguntar si teníamos plaza y si era posible ayudarles. No puede ser que tengamos tan poca empatía por seres vivos y tanta admiración por piedras muertas, lo que sería en Atenas acercarte a ver la Acrópolis sin favorecer también a estas personas.

—Grecia ha decidido encerrar a los refugiados en centros de internamiento.

—Será un error. Es complejísimo encerrar a 80.000 personas. Son medidas un poco propagandísticas. También se está hablando de llevarlos a islas desiertas. Sobrevivir ha sido un motor de desarrollo de la historia. La gente huye de situaciones muy duras que han pasado y un muro tampoco les detendrá. Pero la sociedad se puede quedar tranquila porque de los barrios turísticos de Atenas al barrio donde está esta experiencia hay una brecha, que es la brecha social que se está creando en estas ciudades.

—¿Ve algún tipo de solución?

—Creo que no la hay a corto plazo. En todo caso, que se favorezca el atenderles y no se nos criminalice a los voluntarios. Y que se tomen decisiones respecto al tráfico de armas, que es una de las razones de la huida de esta gente.

—¿Llegará a España la situación que está viviendo Grecia con los refugiados?

—Llegará a todos los países del sur de Europa. La principal llegada a España no es en pateras por el Mediterráneo, sino en avión por Barajas. Por ejemplo, en la casa de Atenas eran mujeres del Congo, un país que tiene un acuerdo sin visado para llegar a Turquía y desde allí cruzan. Hay muchos movimientos subterráneos en este momento en el mundo que nosotros no los vemos, no los conocemos.

—¿Conocen la situación a la que se enfrentan una vez llegan a Europa?

—Yo creo que sí, pero salen adelante. Muchos eran clase media y alta que han tenido que huir de la guerra. No es la gente pobre. Tienen medios y redes como podemos tener nosotros. El móvil es lo más importante para ellos. Uno no se iría por ahí sin su móvil, pues ellos tampoco. No tienen tarjetas, pero les llega dinero a través de transferencias y a veces tienen ingresos mínimos. Hay gestiones de asilo y papeles que tienen que hacerlas a través del móvil.

—Grecia ya no acoge a nadie.

—Pero siguen entrando y pasando a las islas. Depende mucho del juego del Gobierno turco. Turquía quiere dinero de Europa para mantener a los refugiados y si no recibe lo que pide, y siempre está pidiendo más, abre el grifo. Es extraño que en países que son muy controladores y policiales en determinados momentos la costa sirva de salida de pateras. Esto se puede decir de Marruecos también. Si salen es porque permiten que salgan.

—¿Va a volver?

—Sí, porque a mí me ha sentado bien esta experiencia solidaria. Es algo que te ayuda y hace que por dentro te mueva una energía.

—¿Qué cualidades tiene un voluntario que acude a ayudar a estos refugiados?

—Un alto sentido de la solidaridad, la ética y la empatía. A quienes están en contra de todo esto yo los defino con las tres c de cínico, comodón y cobarde. El mundo somos todos. Como lo es la crisis climática.