Hace casi 25 años, su padre y ella se enamoraron de una de las pastelerías más bellas del planeta. Hoy siguen dando alma a Fantoba y sus 164 años de historia. Una historia de amor con lo artesano y con el comercio de proximidad, que resiste en tiempos difíciles.

He estado mirando su página web. Hablan mucho de amor:_amor por la tradición, amor por lo que hacen...

Es unos de nuestros principios. Cuando empecé con mi padre en el año 95, es lo que pensamos: estamos aquí para hacerlo con alma. Si no, mejor no hacer nada.

La pastelería Fantoba va camino de cumplir 165 años y ustedes suman casi 25 en la dirección. ¿Cómo acabó en sus manos?

Mi padre, Alejandro Molina, es pintor y escultor. Nosotros siempre hemos tenido negocios diferentes: El Monaguillo. El Café de la Infanta... Él conocía la pastelería. Sus propietarias, descendientes de la familia Fantoba, eran muy mayores y él sentía que ese sitio se podía perder y que era un lugar donde se podía crear. Por eso lo hizo. Me metí con él en la aventura y empecé en el obrador, trabajando de pinche del maestro pastelero para conocer la esencia y la raíz de todo lo que aquí se hacía. Por supuesto, quería sacar la venta al público e intentar mejorar las presentaciones, pero respetando la esencia. Con cariño. Hay muchos locales que se compran y se venden. Pero ni se sabe ni siente.

Desde el suyo, ese local diseñado por el gran Ricardo Magdalena, siguen defendiendo el comercio de proximidad, en pleno corazón de Zaragoza...

Y es muy duro y muy difícil. Ha habido muchos años en los que la gente ha estado mal educada gastronómicamente. Nosotros damos a probar casi todo, para que quien venga se de cuenta de lo que se está llevando. Una de nuestras especialidades son las Frutas de Aragón, que hacemos con fruta de verdad. No tiene nada que ver con lo que se vende en otros sitios, que es basura. Y queremos a la gente que aprecia lo que hay. Esto no es una tienda de vender; sino un lugar en el que queremos que todo el que salga lo haga enamorado.

¿Cómo les afecta esta crisis?

Buff... ¡Una barbaridad. Somos quince de plantilla y hoy estamos con seis personas. Me da una pena enorme, porque son mi gente. Son quince familias. Tenemos gente en ERTE_y gente en el paro, pero es la única manera de sujetar las empresas ahora mismo. El miedo existe. Y es muy duro vivir con esa incertidumbre. El 60% de nuestros clientes son turismo. Van al Pilar, al Tubo y a Fantoba. Y ahora no están. Si hay menos ventas, hay menos trabajo. Siempre digo que resistiremos, que todo pasa en la vida. Pero las cosas malas se hacen muy largas.

¿También tienen impacto en su trabajo las restricciones a la hostelería?

Afecta... ¡Y mucho! Esto es una rueda en la que está la hostelería, pero también nosotros, el que vende ternasco... Y muchos más. Cuando la gente quiere encargar cualquier celebración, recurren a Fantoba. En el día a día, no. Si están los bares cerrados, no hay venta. De hecho, en la vida había hecho tartas tan pequeñas como ahora. Es muy fuerte lo que les están haciendo a los hosteleros. Como autónoma y como persona, me parece una barbaridad, independientemente de lo que me pueda tocar a mí. Y ahora, con el cierre perimetral, esto va a ser brutal. El miedo se transmite al comercio pequeño. La gente mayor ya no se va a atrever a ir al mercado.

Hablando de cosas más dulces. Fantoba aún luce el nombre de La Flor de Almíbar.

Es que era el nombre original, y mantenemos esa parte de la historia. Lo que pasa es que, entonces, la gente se conocía por los apellidos. Fantoba era el de los fundadores.

¿Mantienen el recetario tradicional?

¡Por supuesto! Tenemos más de mil referencias entre el recetario de siempre y el que hemos incluido. Del más antiguo hemos quitado azúcar, eso sí. Porque, antes el concepto era de llenar más la barriga. Ese recetario está en papel, aún tenemos los libros guardados. Es una sensación preciosa. Fantoba es como un cuento. Y está lleno de historias. Personas que venían con sus padres a buscar nuestros merengues y ahora lo hacen con sus nietos. Porque los sabores y los olores te transportan a los recuerdos. Por eso conservo toda esta ilusión.

La ilusión y la piedra de Calatorao en la que hacen su guirlache.

El guirlache, con el turrón negro y las Frutas de Aragón, está entre nuestras estrellas. Lo hacemos todo el año y como siempre. Es especial. Además de que tiene más almendra que azúcar, y almendra del Bajo Aragón, hay algo de alquimia en hacerlo en esa piedra, que se usa solo para el guirlache. Sin ella no tendríamos ni el color ni la textura. Cuando cambiaron las normas de Sanidad, querían que la quitara. ¡Firmé mil documentos para defenderla!

Por cierto, ¿es laminera?

¡Claro! Estar en esto sin serlo, mal. Y voy probando lo que hacemos en el obrador. Las trufas al curry un día, una decoración con chocolate. O os huesos de Santo que ya estamos empezando a elaborar.