Licenciado en Historia y DEA en Filosofía, hace 31 años que Jesús Laboreo abrió el ‘Ragtime’, maravilloso bar de jazz que ha sobrevivido a la áspera noche zaragozana. El secreto está en el anfitrión, que lo ha convertido en un salón de camino a casa.

—¿Por qué eligió el nombre de Ragtime?

—Quería poner jazz como música ambiental y el ragtime es uno de los padres del jazz. Siendo una música escrita para piano, a los guitarristas les ha gustado habitualmente hacer versiones y a mí, aficionado a tocar la guitarra acústica, me gustaba tocar algunos ragtimes por los pubs. No lo hacía al nivel de Joaquín Pardinilla o José Luis Arrazola, pero a principios de los 80 ponía muy buena voluntad.

—¿El jazz fue una apuesta desde el primer día que abrió las puertas?

—Sí, pero no como pretensión elitista. Es absolutamente intergeneracional. Quería un estilo que identificara al bar pero que sirviera para cualquier franja de edad. Es algo que viví en Londres en mi época de fregaplatos. Entonces, los domingos bajábamos a un pub de Tufnell Park a oír tocar jazz a un grupo de aficionados. El ambiente era mágico, con personas de 18 a 90 años. Cuando los veía, estaba bastante lejos de imaginar que acabaría tocando el banjo con un grupo similar aquí, los Pixie & Dixie, actualmente Dixiedentes.

—¿Entendió que ese estilo le serviría?

—Claro. Tampoco era muy ambicioso, ni iba destinado a un público concreto.

—¿Ha cambiado mucho el público en estos tres decenios?

—Ha ido cambiando la gente, pero la idea es la misma. Yo creo que el jazz tampoco les ha interesado mucho nunca (risas). Para mí lo fundamental era un bar donde, además de camarero, fuera anfitrión. Es algo que aprendí en el Bonanza del recordado Manolo García Maya. Y quería otro ambiente. Aquí nunca ha habido una televisión o una máquina tragaperras.

—¿El piano también le ha servido como elemento integrador?

—Un bar con este nombre no podía dejar de tener un piano. Tenemos desde el principio un viejo piano neoyorkino que suena bastante a ragtime, por cierto. Antes había bastantes bares en Zaragoza con piano, ahora escasean. También lo ha facilitado que se viniera a tocar de una manera espontánea, aunque sin grandes pretensiones. Eso queda para otras salas.

—Como un salón de amigos...

—Sí. Alguien dijo una vez que el Ragtime, más que un negocio, era un estilo de vida. Es así, se trata de tener un ambiente cordial. Quiero pensar que tiene que ver también con la labor del anfitrión. Marc Augé, un antropólogo francés, decía a propósito de los bistrots parisinos que son esa clase de lugares donde te sientes a mitad de camino entre la calle y tu casa.

—Es decir, algo más que un bar.

—También hemos pretendido implicarnos en la vida social, en proyectos como la revista Pasarela que haçían Eduardo Laborda y Manolo Forega, casi una heredera del Eco de los libros, de Marcos Callau. La vida empieza y acaba cada día en hostelería, aquí no hay trienios. Hace ya unos siglos, Spinoza venía a decir que la eternidad sí que existe, pero que no es un concepto temporal sino que tiene que ver con la intensidad de los momentos que se viven. En ese sentido no aspiraríamos a tanto, pero sí nos gustaría que el local sirviera para guardar ratos dignos de recordar. Y aunque eso no sea la eternidad, si de paso duramos unos años más...