Ayuda a todo el mundo sin distinción en la asociación Emir Abdelkader (Casa de la Cultura), de la que es presidenta. Siempre pendiente de las noticias del Estrecho, dice que los inmigrantes solo quieren trabajo y una vida digna.

—¿Cuál es la primera necesidad de la gente que llega a su despacho?

—Los recién llegados no saben comunicarse. No conocen el idioma, cómo organizarse en España o cuáles son las zonas más tranquilas. La gente que viene busca tranquilidad y trabajo.

—¿Cuáles son los primeros pasos?

—Nuestro primer paso es siempre escuchar a la persona que llega y ver qué quiere, cómo es y cuál es su objetivo aquí. La mayoría no tiene conocimiento de nada. Piensan que van a encontrar trabajo y vivienda fácil. Muchos han sido engañados y cuando llegan ven que no hay nada. Nosotros los conectamos con Cáritas, Cruz Roja o casas de acogida y abrimos un expediente legal. Hay un control y estoy a favor de que lo haya. Es como en tu casa, donde no metes a cualquiera.

—¿Trabajan solo con argelinos?

—No. Con todo el mundo. No marginamos, no elegimos. Tenemos la capacidad, además, de manejar varios idiomas y no cerramos la puerta a nadie.

—¿Qué perfil tienen los inmigrantes?

—La mayoría son hombres, muy jóvenes y solteros. Ahora empiezan a llegar mujeres también, pero menos. Cuando llegan buscan dos cosas: tranquilidad y trabajo. Quieren una vida digna.

—Solo quieren ganarse la vida…

—Sí, pero ganarse la vida de manera legal. Hay un porcentaje muy pequeño al que le puede afectar un entorno complicado. Son muy pocos los que van a dedicarse a vender droga. E incluso los que acaban ahí tampoco se drogan, lo tienen como una fuente de ingresos. Sé que la sociedad puede pensar que esa gente viene a crear problemas, pero la mayoría no es así. Si hay un buen trabajo, una buena gestión y una buena comunicación, se pueden controlar todas esas situaciones.

—¿Cuánto le preocupa lo que sucede en el Estrecho?

—Mucho. Llevamos años hablando de lo mismo. Ha llegado un momento que la gente huye de sus países, es casi como una cultura. Tenemos por delante un trabajo muy grande que necesita mucha paciencia y muchos medios. Ahora mismo, por ejemplo, tenemos un grupo de 33 jóvenes que están cruzando pero no sabemos dónde están. Tenemos emails de sus familiares, datos y fotos -algunos son niños aún-, sabemos que salieron, pero no tenemos ninguna noticia desde el día 16. No sabemos si están vivos o muertos. Salieron en cinco pateras del mismo pueblo, pero no sabemos si han llegado.

—¿Eso es algo habitual?

—Sí, aunque ha pasado mucho tiempo. Cuando llegan dicen nombres falsos porque están mentalizados por quienes les traen a España. Está todo muy bien organizado, allí y aquí. Es una mafia.

—¿Cuál es la solución?

—Primero hay que tener una voluntad institucional de todo el mundo. Este fenómeno no es culpa de un país o dos. Son consecuencias también de la Primavera Árabe. ¿Y qué puedes esperar si se invaden países? La gente se va a ir. Son consecuencias de mala gestión, de mala política de los países del Mediterráneo.