Licenciada en Fisioterapia y Ciencias de la Actividad Física, acaba de vivir una experiencia inolvidable en un campo de refugiados en pleno Sáhara, donde ha tomado conciencia de que hay gente que no tiene una oportunidad.

—¿De dónde viene?

—De un campo de refugiados saharaui, en Tindouf, en Argelia. Hemos ido un grupo de terapeutas ocupacionales y fisioterapeutas a hacer una intervención en Bol-la. Hemos sido la tercera brigada. Las dos anteriores fueron de estudiantes, que vieron que había mucha necesidad de aportación de conocimientos y estrategias. Al volver contactaron con profesionales para saber si nos interesaba ir allí, ver las necesidades reales, qué se podía hacer y, sobre todo, qué continuidad podían tener estos niños con discapacidad.

—¿Quién fue el primero en llamar?

—Ahmed, un chico saharaui que vive en Zaragoza. Parte de su familia está aún allí y suele ir a hacer voluntariado. Un día conoció a Rosana, una italiana que lleva 20 años acogiendo a niños con discapacidad. En Bol-la hay un hospital y también se habilitó una casa para intervenciones. Ahmed quiso colaborar con ella, formó con otros la Asociación juvenil colectivo saharaui (Lefrig) y ahí empezó esta historia.

—¿Qué se han encontrado?

—Muchas cosas. Una experiencia muy bonita, pero también dura, tanto por los niños que hay allí con discapacidad como por la población en general. Los niños discapacitados no están bien vistos, no están incluidos. Hay que tener en cuenta que allí se crían en la calle, pero si tienen alguna diversidad funcional los dejan solos en la jaima.

—¿Satisfecha?

—Vuelves con la sensación de haber hecho una aportación que tendrá continuidad. Les hemos aportado pequeñas herramientas que han aprendido a usar, pero te das cuenta de que es gente que no tiene una oportunidad. Queda mucho trabajo.

—¿Con quién fue?

—Fuimos cuatro terapeutas ocupacionales, un estudiante de terapia, dos fisios, tres estudiantes de fisio, una enfermera y una chica voluntaria. A todos los niños que había se les hizo una valoración, se dejaron escritos los principales problemas de cada uno y un plan estratégico de intervención. La idea es que tengan un librito en el que aparezcan todas las intervenciones. Así cuando llegue otro voluntario no partirá de cero. Dimos también nociones básicas de cuidados. A los niños que están muy afectados los dejan tumbados todo el día y tienen muchas infecciones, se atragantan al comer, tienen somnolencias y no están nada conectados con el entorno. Pero pueden escuchar, aprender, reír, jugar… Tienen sentimientos.

—¿Van a volver?

—Hemos hecho una propuesta para ir con otros grupos que tienen otro tipo de proyectos con estos niños. Con logopedas, auxiliares, profesores, monitores de tiempo libre... Así se podría formar a la gente de allí y no tendrían la necesidad de que vayamos siempre nosotros. El objetivo es que sean autosuficientes.

—¿Se ve la vida igual al volver?

—No. Allí no hay agua ni para fregar los platos. Tienen agua embotellada, pero muy cara. Están cien años por detrás. Me impactó mucho cómo tienen la basura tirada en el desierto. Nosotros aquí nos concienciamos para reciclar y otras cosas, pero ellos la dejan ahí. Tienen otros problemas más graves, claro.