La periodista presentó ayer en Zaragoza ‘Reporteras españolas, testigos de guerra. De las pioneras a las actuales’, la obra en la que cuenta los cinco siglos de reporterismo de guerra cubiertos por periodistas españolas.

—Hoy en día ya no es raro ver a una mujer en primera línea de guerra.

—Por suerte no. En la guerra de África ya hubo dos reporteras españolas en el frente: Teresa de Escoriaza y Carmen de Burgos. Lo que sucede es que se habla y se conoce muy poco de nosotras. La I Guerra Mundial, el cerco de Varsovia y la revolución bolchevique fueron cubiertas por Sofía Casanova y apenas nadie la conoce. Ahora somos muchas más.

—En su obra repasa cinco siglos de conflictos cubiertos por mujeres, históricamente condenadas a otros papeles en las guerras.

—Solo en la guerra civil española. Como las hermanas Nelken, que hicieron labores de enlace con corresponsales extranjeros, de traducción y propaganda porque el conflicto tuvo lugar en nuestro país. Estas funciones son también importantes.

—¿Qué tienen en común todas ellas?

—Son luchadoras, obstinadas, rompen moldes... Se ponen el mundo por montera y ninguna lo ha tenido fácil. Luchan por ser las informadoras de los acontecimientos de la historia y eso es un reto.

—¿Qué diferencia a una corresponsal de un corresponsal de guerra?

—Básicamente podemos hablar a solas, con la ayuda de las traductoras, con mujeres de talibanes sin que sus maridos estén delante y se sientan cohibidas. Nosotras hemos dado voz a muchas madres, viudas, víctimas agredidas, huérfanas... a las que nuestros compañeros no podían acceder a solas porque no se lo permitían sus familiares.

—¿Hay que tener una personalidad especial para trabajar al borde de la muerte?

—Yo no soy corresponsal de guerra, pero sí he cubierto zonas en conflicto. Se trabaja con mucha precaución, aunque a veces no es suficiente. Muchos de nosotros hemos perdido al menos a una persona que queríamos y eso no se olvida. Pero cuando vas, no lo piensas.

—¿Dónde está el límite del riesgo por una noticia o una foto?

—Si no es por las seis fotos que se salvaron de las más de cien de Robert Capa en Easy Red, hechas el día D del desembarco de Normandía, no tendríamos documento gráfico alguno. Hay miles de ejemplos así. Muchos fotógrafos no bajaron a las playas francesas por pánico, miedo...

—¿Las guerras de ahora son distintas de las que estuvo hace 20 años?

—Nuestro trabajo es buscar historias que hagan reflexionar, que humanicen los fríos datos del número de bajas, los frentes y los combates e intentar machacar la propaganda que siempre ha estado ahí. Vamos hacia un estilo de guerra híbrida como hemos podido ver en Siria, altamente peligroso, en el que nada se respeta y trabajar es muy, muy complicado. Milicias, foreign fighters, rebeldes, ejércitos convencionales, paramilitares... un caos.

—¿Cuál es su ‘guerra’ hoy en día?

—Después de los cinco años de mi tesis doctoral y el libro, mi guerra es dar a conocer este trabajo sobre las 34 reporteras españolas protagonistas que inspirarán a muchos estudiantes y profesionales. Aún me sorprende que no se haya escrito nada antes de esta envergadura.