Coordina el congreso Democracia y territorio. 40 años de ayuntamientos y autonomías, que del 27 al 29 tratará en el Paraninfo el autonomismo, las tensiones territoriales, la mujer en el poder local o los usos del discurso de la transición.

—¿Qué supusieron los primeros ayuntamientos para la democracia?

—A partir de las primeras elecciones democráticas municipales del 3 de abril de 1979, se convierten en verdaderos representantes de los ciudadanos, con plenos de puertas abiertas. Llega la democracia a los pueblos y es la primera vez que las mujeres pueden votar a sus alcaldes. Todo era nuevo. Había un aire de frescura que a partir de los 80 se vendrá abajo porque los partidos políticos fueron, en cierta medida, acaparadores y desinflaron los movimientos sociales. En el congreso hablaremos de pueblos y territorios, pero también de desencantos y movidas culturales y autonómicas.

—¿Qué era ser concejal en 1979?

—Apostar en el medio rural por entrar en alguna lista política era complicado. Si en Aragón hay 731 municipios, el PC presentó listas en 30 o 32 municipios; el PAR en unas 40, el PSOE en algo más de 200, en cambio UCD, que no tenía militancia, lo hizo en 635 al utilizar los resortes de la Administración y tener buena relación con los secretarios de los ayuntamientos. Logra ser el partido más votado y gana en las tres diputaciones.

—Pero no en Zaragoza.

—Es una norma que ocurre en el resto de capitales. El 70% de los ciudadanos estaban con Administraciones socialistas en las grandes ciudades, aunque sea con pactos hacia la izquierda.

—¿Qué perfil tenía aquel concejal?

—En la izquierda, en Zaragoza, por ejemplo, tenían una pequeña tradición orgánica de partido o venían del movimiento vecinal. En algunos pueblos había retornados del exilio o de la clandestinidad. De hecho, la campaña electoral duraba 21 días y a la izquierda le parecía corta porque tenían que dar a conocer a sus candidatos. En la derecha, había gente nueva y otros emanados de la dictadura que encuentran siglas y propuestas regionalistas, de las que vamos a hablar en el congreso, donde acogerse y reciclarse en defensa de los intereses territoriales.

—¿A qué retos se enfrentaron estos primeros concejales en Zaragoza?

—Había barrios con severas carencias urbanísticas y de seguridad en el trabajo. Estaba el incendio de Tapicerías Bonafonte con más de 20 muertos en Las Fuentes o la explosión también mortal en Butano. Había empresas peligrosas dentro del casco urbano. Y un grave problema de inflación con los altos precios de la cesta de la compra.

—¿Qué cambio destacaría?

—En el congreso hablaremos de las tensiones territoriales. En Cataluña, el referéndum de la Constitución tuvo un porcentaje de apoyo superior a la media nacional. No podemos imputar a la transición todos los problemas que tenemos hoy. Tuvo sus fisuras, olvidos, agujeros negros, lagunas, pero alguna responsabilidad tendremos nosotros, los hijos de la democracia, de lo que está pasando y de cómo se han ido engordando los problemas. Tenemos que ser autocríticos con la construcción de la democracia. El discurso autonomista estaba muy interiorizado. El antifranquismo había asumido la necesidad de descentralización territorial. No era viable un país más centralizado, como se reclama ahora.