Conocido y reconocido fisioterapeuta del San Juan de Dios, dedica su "voluntariado" a la oenegé Juan Ciudad, con la que está en plena campaña: 'Danos la lata'. Recogen conservas en el hospital para llevarlas al mundo.

—¿Va a dar mucho la lata?

—Claro.

—¿Por qué?

—Porque es una iniciativa preciosa. Nació hace unos diez años en Juan Ciudad, la oenegé de los hermanos de San Juan de Dios. Al principio se trataba de animar a los trabajadores de los centros, a los voluntarios y a las familias de los pacientes, a tener un gesto de solidaridad. Ahora lo hemos abierto a todos.

—¿Qué supone una lata?

—Es más que una lata. Representa el intento de proveer de recursos materiales a nuestros centros de países del sur, por una parte. Por otra, es una manera de sensibilizar a la población de la situación del mundo, este mundo que, además de ser complicado y crispado, es muy injusto. Hay mucha riqueza, pero está distribuida de una manera desigual.

—¿A quién lo destinan?

—La oenegé tiene centros en África, América Latina y Asia. En los últimos años nos hemos acercado a Filipinas, Vietnam, Timor Oriental e India. Ya estábamos en Honduras, Colombia, Chile, Cuba, Venezuela… o en Togo, Sierra Leona, Liberia, Camerún, Mozambique, Kenia…

—¿Quién le llamó para dar la lata?

—En el año 2001 tuve la ocasión de participar en un capítulo provincial, un momento muy especial para las órdenes religiosas. Pude intervenir en algo bueno, interesante, y me ofrecí a colaborar. Yo soy trabajador, fisioterapeuta de San Juan de Dios, y de eso vivo. Luego destino una hora y pico al día a este voluntariado. Solicité colaborar en la oenegé y al poco tiempo me nombraron delegado de la oenegé en Aragón. Llevo ya 19 años.

—¿Es más gratificante que el trabajo?

—Me gusta mucho mi trabajo. La oenegé es mi manera de participar en algo que nos concierne a todos. La persona que es solidaria lo es aquí y allí, en España y donde sea. La persona que es solidaria no hace distinción entre personas. Para los que nos importan las personas, todas tienen la misma dignidad. O dicho de otra manera: si algo consideramos que es un valor, debe serlo para todos. No voy a cambiar el mundo, pero lo que está en mis manos lo siento como una responsabilidad.

—¿Cuánta ayuda falta?

—Se suele asociar a momentos puntuales, como cuando hay catástrofes naturales. Pero cuando te acercas al terreno te das cuenta de que la catástrofe es mantenida en muchos sitios y que la colaboración tiene que ser igual de mantenida.

—¿Cómo se contagia la solidaridad?

—Hay que decir la verdad. El mundo es una olla a presión y por eso hay gente que sale de sus países. Hay que abrir los ojos y hacer caso a nuestro yo más profundo, la gente auténtica no puede vivir así. Hay muchos bienes en el mundo, pero una de cada nueve personas pasa hambre todos los días y eso no es lógico. Hay que pensar que cuando una lata llega a una persona al otro lado, se da cuenta de que hay alguien en el planeta a quien le importa. Tenemos tres opciones: complicar más este mundo, no hacer nada o hacer lo que está en nuestros manos. Es lo que voy a hacer yo: seguir dando la lata.