Acaba de publicar ‘Pandemia y confinamiento mirado por los ojos de una arquitecta’, un ensayo donde reflexiona sobre el futuro de su profesión y su relación personal con el confinamiento, una época que tuvo que pasar sola entre libros y proyectos.

Muchos han escrito dietarios sobre su confinamiento, pero su libro es algo más. ¿De qué trata?

El libro es una búsqueda personal en la que trato de explicar por qué la arquitectura es imprescindible en estos momentos. En esa búsqueda, tenía que incluir cómo me estaba sintiendo yo y qué visión podía aportar desde mi profesión. Por otro lado, también se hace un recorrido a través de la historia, hablando de otras pandemias y su relación con la arquitectura.

La pandemia y la arquitectura. ¿De veras tienen relación?

Tras las grandes sacudidas, en la sociedad se ha creado siempre un caldo de cultivo de disconformidad, donde los colectivos se unen para pensar y generan una búsqueda intelectual hacia lo que debería ser el futuro. Nos encontramos en un paralelismo con la época de la Bauhaus: tras una gran catástrofe, como lo fue la I Guerra Mundial, cada colectivo tiene que repensar sus campos y unirse para generar ese mejor futuro. La arquitectura no es ajena al mundo, debe plasmar nuestro sentido común hacia un planeta más sostenible, ecológico y social.

Hablemos de confinamientos. No es lo mismo encerrarse en un chalé que en un piso de 50 metros cuadrados.

Está claro que la arquitectura es un reflejo de la sociedad. Nos hemos dado cuenta, con la pandemia, de las carencias que tiene el espacio en el que vivimos. El espacio que nos rodea impacta de manera directa en nuestra vida cotidiana. Una vez hemos comprendido, como ciudadanos, que no está funcionando el lugar, tenemos que acordarnos del arquitecto para que construya estos nuevos lugares, que es quien sabe hacerlo.

Ahora las casas tendrán que adaptarse a las nuevas realidades, como el teletrabajo.

Sí. Pero no es algo nuevo. Había arquitectos muy modernos en 1920 que, ahora, nos sorprenderían con sus ideas. Son referentes, para mí, Jakoba Mulder y Aldo van Eyck, que postularon sobre cómo trabajamos en el espacio público. O Gerrit Rietveld, que ya hizo en los años 20 una casa multifuncional, la casa Schröder.

¿Cambiará el covid-19 la forma de construir?

Seguro. Pero ahora no es momento de dar soluciones rápidas. No podemos, en plena pandemia, postular lo que será la arquitectura del futuro. Eso nacerá de un profundo análisis y colaborando con la sociedad.

Su amor por la arquitectura viene de su padre, Carlos Miret, ¿verdad?

Lo he vivido desde muy pequeñita, a los seis años fui de visita a mi primera obra. Pero también viene de la búsqueda por saber qué significa, filosóficamente, el lugar. Mi madre es psicoanalista, existe ahí un binomio bastante interesante. La arquitectura está hecha para el otro, consiste en crear el habitáculo para el ser humano. Para entender ese espacio debes comprender cómo viven y piensan las personas, empatizar con el otro para saber lo que necesita.

No pretendía hacer un libro solo para arquitectos. ¿Hay que acercar este arte a la sociedad?

Esa es la clave. Que el que no es arquitecto entienda qué es y qué puede hacer la arquitectura por él. El ciudadano debe expresar sus deseos al arquitecto. Debemos formar al ciudadano para que sepa decidir qué es buena arquitectura y qué no.