Es el autor del libro ‘Recuerdos compartidos. Memorias de un niño nacido en los cincuenta’, editado por EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, y que mañana se presenta en el Pablo Gargallo, a las 19.00 horas.

—Empecemos por el principio, ¿qué es este libro Recuerdos compartidos

—Podríamos decir que es un resumen de lo que ha sido mi web a lo largo de los últimos años, que es recoger los momentos felices de mi infancia, la de cientos de miles de españoles en la época, de los nacidos entre finales de los años 40 y mediados de los 60.

—¿Cómo era su época?

—Era una época dura, no cabe duda. Es más, hay gente que se piensa que este niño tuvo de todo pero es todo lo contrario, este libro muestra la mayor parte de las cosas que nunca tuve, por ejemplo, no tuve ese escaparate de juguetes que muestro ahí. Yo sabía que era de una familia humilde y los niños de entonces teníamos un don para saber que aunque los juguetes los trajeran los reyes de Oriente, había que ser prudente al escribir tu carta porque veías que en tu casa no sobraba nada. Pero fui muy feliz.

—¿Cuál fue el mejor juguete de su vida?

—El mejor juguete de mi vida fue un tren de cuerda, que eran cuatro vías que se unían y formaban una circunferencia de un metro de diámetro y fui tan feliz como si hubiera tenido el eléctrico.

—Habla en el libro de los entretenimientos de la época.

—Había que distinguir dos cosas, la vida en casa y en la calle. En casa los entretenimientos eran la radio que a mí me salvó la vida. Mis padres y mis abuelos se iban a trabajar y yo estaba solo casi todo el día y me acompañaba la radio y un cajón lleno de tebeos. Hablo de cuando tenía 7 u 8 años…

—Los tebeos también ocupan un papel muy importante en su vida.

—Es otro de mis capítulos preferidos, estoy eternamente agradecido a los autores de la época dorada, del 52 al 62, de aventuras, humor como de chicas que si alguno caía en mis manos también me lo leía. Cuando estaba en casa los podía releer mil veces y cada vez era como si no lo hubiera leído aún. ¿A qué niño le pasa eso hoy?

—Y así llegamos al cine.

—El cine fue para mí, mi segunda casa, me refiero a las salas de cine de barrio o de reestreno. Una entrada de estreno podía costar 11 o 12 pesetas en el año 59 o 60 pero luego cuando bajaba el público pasaban las películas al cine de reestreno preferente. La diferencia de precio podía ser de una a tres, de 11 pesetas a 3. Hoy no hay paciencia, todo el mundo quiere ver las películas antes de que se estrenen.

—¿Qué objetivo tiene con estos Recuerdos compartidos

—Mi filosofía es que la gente sabe que va empezar con una sonrisa y se va a ir con otra, a lo mejor a veces con una lagrimita porque me gusta tocar la fibra sentimental pero nunca se van a ir enfadados porque mi libro carece de política.Mi libro es mi infancia, lo mío es recordar desde el cariño y la mayor parte de lo que muestro en el libro es lo que nunca tuve pero me conformé con verlo en los escaparates. Además, donaré mis beneficios a FARAL, Asociación de Alzheimer en Aragón.