Ha sido responsable del Centro Dramático de Aragón o director artístico de la Expo del 2008, pero durante algunos años fue «un poco vándalo». Lo cuenta en su nuevo libro (’Memorias de un gamberro antifranquista’), que presenta este viernes en la Librería Central de Zaragoza.

Por qué decidió escribir este libro? ¿Qué le impulsó?

De pronto consideré que todas esas gamberradas y esos actos que hacíamos algunos en esa época no eran algo privado, sino que éramos un síntoma de un país en el que no existía la libertad. Se ha escrito mucho sobre esos años, pero a veces no se ha reflejado esa crónica de la alegría recuperada, de sus ventajas y sus peligros. De alguna forma, he querido aportar mi testimonio subjetivo, centrándome en Zaragoza y dando claves de toda esa época a través de mis anécdotas.

Cuéntenos algunas de sus gamberradas en esa época.

De niño ya hacía, pero cuando empecé a ser consciente de la falta de libertad esas gamberradas comenzaron a tener un marcado carácter político y social. En el ámbito de lo religioso cuento por ejemplo que un día cuando tenía 25 años fui al Pilar a una misa de infantes y subí donde estaba el cura. Le dije que el evangelio se había quedado sin pilas y me lo llevé. Otro día estando en un hotel de París acabamos incendiándolo. Siempre me han molestado los carteles prohibiendo cosas; ese hotel estaba lleno de ellos y al final se nos fue un poco de las manos. Por suerte no pasó nada grave. Muchas gamberradas son antológicas y si no estoy en la cárcel desde hace años es por algún milagro. De hecho, un día fuimos a una comisaría pidiendo que nos detuvieran sin haber hecho nada, pero al final nos echaron. De todas formas, estábamos convencidos de que ese tipo de acciones casi de comando subversivo eran necesarias en un país donde la tristeza, el aburrimiento y la ausencia de humor eran una constante.

¿Siguen siendo necesarias tras 40 años de democracia?

Esos años de rebelión divertida y gozosa ya han pasado. Lo que hacíamos entonces ahora sería un anacronismo. Aunque eso no quita para que piense que no deberíamos ser tan conformistas en esta democracia mal parida y defectuosa.

¿Y usted sigue siendo un gamberro?

Lo sigo siendo, pero ahora he pedido la excedencia. De todas formas, con los años seguí haciendo bromas. Recuerdo que una vez cuando ya era técnico de cultura en el ayuntamiento conseguí ponerme en contacto con el ministro de Interior de Pinochet y le pedí que escribiera el pregón de las Fiestas del Pilar. Lo más alucinante es que accedió, aunque yo al final lo dejé estar porque aún me tiemblan las piernas de haber hablado con un asesino. Por la mañana se puede ser formal y por la noche sacar los colmillos (ríe).

¿Para que las gamberradas no acabaran en condena había que frenar a tiempo?

Sí, siempre hemos sabido detectar ese punto de peligro, de no retorno. Y por eso no estuvimos muchos en la cárcel.

Ha dedicado casi toda su vida profesional al teatro. ¿Superará el sector esta pandemia?

En un país civilizado, la cultura es un bien protegido de verdad. En España esto nunca ha sido así, aunque haya habido periodos en los que se le haya subvencionado o protegido más. Por eso, ante cualquier crisis, la debilidad del sector sale a la luz. Ahora ha vuelto a ocurrir, pero el teatro tiene tanta fuerza interior que siempre logra sobrevivir a todo tipo de crisis. Aunque los costes de esta pandemia están siendo muy elevados.