Tiene 69 años y a uno de sus tres hijos interno en la cárcel de Zuera. Aquí da la cara para visibilizar a la Asociación de Ayuda para Familiares Internos en Prisiones de Aragón (Afipar) y a las necesidades que tiene este colectivo.

—¿Qué demanda la asociación?

—Simple y llanamente: que nos conozcan. Que las familias de los presos sepan que existimos y que pueden venir para hablar de nuestros problemas y defender nuestros intereses y derechos. El primero de ellos, el transporte, porque muchos no contamos con medios para ir a la cárcel. Yo, por ejemplo, hasta ahora subía a Zuera en coche, pero mi marido se lo ha quitado y mis hijos tienen sus trabajos. Solo puedo subir una vez al mes a ver a mi hijo. Por eso pensamos en acudir a donde haga falta para ver si nos pueden echar una mano. Pero para esto necesitamos que la asociación crezca, solo somos seis socios.

—¿No hay autobuses que vayan desde Zaragoza a la prisión de Zuera?

—Solo el fin de semana. Por eso, si la asociación se hace más fuerte podríamos coordinar a las familias y organizarlas para favorecer las visitas a la prisión.

—¿Qué otras peticiones tienen?

—Un sitio para reunirnos. De momento lo hacemos en el Centro Social Comunitario Luis Buñuel, los segundos y cuartos lunes de cada mes. Y el primer sábado de cada mes organizamos un rastrillo de segunda mano para conseguir algo de dinero aunque sea para las fotocopias de la asociación. Pero necesitaríamos un cuarto donde poder atender a las familias y que facilitara la comunicación entre nosotros, para sentirnos más arropados, ya que todos compartimos los mismos o parecidos sentimientos.

—¿Por qué no hay más socios?

—Bueno, para empezar, incluso dentro de las mismas familias no saben que uno de sus miembros está en prisión. Es algo que a veces se oculta al vecino, amigo o primo. Otras veces no pueden acudir a las reuniones por motivos laborales o económicos y aunque asociarse cueste 10 euros deciden no sumarse. También entregamos folletos a los presos para que los repartan entre sus familiares, pero no lo hacen. Fuimos a Proyecto Hombre y a los trabajadores sociales de barrio, y no nos han derivado a nadie. Y eso que en las reuniones nos desahogamos y hablamos con asesores.

—¿Sobre qué les asesoran?

—Por ejemplo, sobre cómo podemos comunicarnos más con nuestros familiares en prisión, porque, por un lado, sufrimos al no saber qué está pasando dentro y, por otro, ellos no nos cuentan cosas para que no nos preocupemos. La asociación cuenta con abogados y psicólogos voluntarios que nos dan apoyo socioeducativo. También organizamos talleres, recibimos información sobre trámites a seguir, etc. La asociación nació tras el apoyo, durante tres años, del Colegio de Educadores Sociales, donde nos reuníamos en torno a un café. Antiguamente había una asociación que funcionaba muy bien, en la que estaba el actual alcalde Santisteve, pero no sé por qué desapareció.

—¿Qué sería lo ideal?

—Que mi hijo no hubiera pisado la cárcel. Me ha quitado media vida y a mi marido la vida entera. Me duele que esté interno. También me preocupa cuando salga. Porque, ¿quién les da trabajo a estos chicos?