Es bailarín profesional en la compañía de danza ‘Hamburg Ballett John Neumeier’. Aunque marchó a Alemania con 18 años para iniciar su carrera y ha realizado giras internacionales por todo el mundo, incluida la de 2019 en Pekín y Hong Kong, sus inicios sobre las tablas son aragoneses.

Ahora es todo un profesional de la danza, pero sus comienzos están en Zaragoza.

Yo empecé en esto porque vi la noticia en el telediario de la muerte de Michael Jackson. No sabía quién era y mis padres me lo explicaron. Empecé a ver sus videoclips en internet y me encantó su manera de moverse. Investigué, empecé a imitarlo en casa y mis padres me propusieron apuntarme a una academia de baile. Tendría 11 o 12 años. Allí estuve tres, hasta los 15, cuando les dije a mis padres que quería dedicarme profesionalmente al baile y me apunté al estudio María de Ávila de ballet.

Con 15 años, ¿cómo se tomó su entorno esa decisión?

Mi familia me apoyó siempre y cuando no dejara los estudios por el baile. Mis buenos amigos me apoyaron y también, obviamente, tuve algún problema con otros. Cuando haces ballet a los 10 o a los 15 años, puede sonar como: «Ay, qué femenino».

¿Sigue existiendo ese prejuicio?

Creo que sí. Y más en España, donde no tenemos conciencia de la cultura del ballet: ni hay público, ni hay inversión. Pero el ballet sin hombres no existiría.

¿Por qué no arraiga el ballet aquí?

Principalmente, porque no hay público. Pero creo que el arte es fundamental para que la economía funcione de manera correcta. Aquí, en Alemania, se han invertido millones de euros para apoyar a los artistas.

¿A qué cree que puede deberse?

Creo que viene de la manera en que nos educan. En la escuela no se valora este ámbito del arte, no nos dan suficiente información sobre la danza.

Entonces, conciliar los estudios académicos con la danza no sería sencillo.

Desde que dije querer dedicarme profesionalmente al baile sabía que tendría que irme fuera. El ballet es como un deporte de élite, requiere mucho tiempo para perfeccionar la técnica, mantenerte en forma, etc. Quería seguir con los estudios porque, al igual que en otros deportes, tienes que tener un segundo plan por si te lesionas.

Oiga, pero aquí sí se baila, mire las discotecas...

Entiendo por dónde vas, pero al final son dos cosas diferentes. Una es bailar por ocio, por diversión, y la otra es bailar profesionalmente. Que en España también existe: está la Compañía Profesional de Danza en Madrid, pequeñas compañías en Barcelona, en Galicia... Pero ahora, al vivir en Alemania, te das cuenta de que no hay punto de comparación. El dinero que se invierte en teatros, en danza, en ópera… es una pasada. Pero también porque hay mucho público.

¿Repercute en la forma de ser de una sociedad?

(Reflexiona) Yo creo que sí. Al final es cultura y es fundamental en la vida. Y también en la economía. El arte requiere gran esfuerzo económico, pero también mueve mucho dinero. En Inglaterra, la Royal Opera House atrae a mucha gente de otros países que viajan solo para ver una obra de teatro, un ballet o una ópera, y eso es muchísimo dinero en turismo. No solo es el hecho de ir al teatro, sino todo lo de alrededor.

Vuelvo a las discotecas. ¿Diferencia entre bailar por ocio y por profesión?

Bueno, creo que todo tiene su momento. Es diferente. Cuando bailas por hobby, lo haces libremente. Cuando trabajas en una compañía, requiere mucho más esfuerzo, mantener la forma tanto física como mental porque trabajamos bajo la presión de los profesores, del director… Hay que saber llegar a casa y desconectar. Incluso bailar por ocio, que es una forma de desconectar. Mi trabajo consiste en aprenderme coreografías de ballet que duran entre dos y cuatro horas, cuatro horas de movimientos.

¿Qué baila en su casa?

Digo en casa como puedo irme a un bar y bailar reggaetón. Me puedo poner a Beethoven y sentir la música y moverme, o puedo ponerme a Rosalía.

Habla de sentir la música. ¿Qué siente subido a un escenario?

Justo cuando voy a salir, nervios, aunque cada vez menos. Pero cuando estoy en el escenario es otro mundo: estás tan concentrado en los movimientos y en conectar con el público que te olvidas. Es una sensación rara pero agradable, te envuelves en tu burbuja.

Pero ahora ya no hay público… Antes de la pandemia, ¿cuántas producciones podían llegar a realizar?

En un año, entre 10 y 15 producciones. De cada una se hacen, más o menos, 12 actuaciones. Hay semanas que solo se enfocan a ensayar y hay otras en las que puede haber actuación todos los días.

Con tanta interpretación, alguna puede salir mal. ¿Cómo prepara un bailarín su mente?

Los bailarines aprendemos del error. Es imposible que todo salga perfecto, somos muy perfeccionistas a la hora de la técnica, pero hay que saber vivir con el error.

¿Qué relación mantienes con el fracaso?

(Piensa). Existe cierto miedo al fracaso, pero sé que si en algún momento vuelvo a caer en un error eso forma parte del camino. Ahora estoy en Hamburgo después de muchos errores, y estoy muy contento aquí. El error es fundamental para continuar y para llegar no donde tú quieres ahora, pero sí donde querrás dentro de un tiempo.

Le preguntaba antes sobre la preparación mental, pero igual de importante es la física. ¿Cuándo se jubila un bailarín?

El cuerpo de cada uno reacciona de una manera distinta. Perfectamente un bailarín se puede jubilar a los 25, a los 30... También he conocido algunos que siguen con 40 años encima de un escenario.

No deja de ser una pronta retirada. ¿Piensa en el ‘después qué’?

Sí, claro. Existen diferentes alternativas: montar una academia, ser profesor, trabajar en una compañía como ballet master (maestros que enseñan cada coreografía).

Y a usted, ¿qué le gustaría?

Yo siempre he tenido en mente el montar mi propia escuela: tener mis alumnos, enseñarles mis técnicas, mi estilo…

Hablando de técnicas, ¿qué es lo que diferencia a un bailarín de otro?

En realidad, todo es distinto. Aunque todos estemos haciendo los mismos movimientos, no somos máquinas. Y el mismo movimiento en una persona puede expresar algo totalmente diferente en otra.

Un ejemplo.

Si un bailarín tiene que hacer como que llora en el escenario, puede que utilice mucho las manos, se las ponga en los ojos, incline la cabeza hacia delante… Pero puede ser que otro, con una simple mirada al público o por la expresión de su cara, ya transmita que está llorando o que va a llorar. No hace falta realizar movimientos muy extravagantes para representar algo. El público no es tonto y, a veces, con el más mínimo detalle ya sabe a qué te estás refiriendo.

¿Guarda en su mente algún momento especial?

Recuerdo con mucho cariño la última actuación en Zaragoza, en el Auditorio, cuando todavía estudiaba ballet allí. Fue hace cuatro años, yo ya sabía que me iba a venir al año siguiente a Hamburgo. Tenía muchas amistades y era la última vez que iba a bailar con mis compañeros y amigos. También sabía que podía ser la última vez que mis padres y mi familia me pudiera ver en el escenario, porque es complicado para ellos venir en Alemania.

Si hiciéramos esta entrevista en aquel momento, detrás del escenario, ¿cuál me diría que era sueño?

En ese momento, que dentro de dos años pudiera estar trabajando en una compañía profesional de danza. Y aquí estoy.

¿Y el próximo?

No conformarme con lo que ya he logrado, aspirar a más. Como bailarín hay muchas formas de crecer profesionalmente. Quiero aprender otros estilos de baile, incluso crear coreografías. Tengo varias ideas… aunque la pandemia las ha frenado. Quiero adaptar un monólogo teatral de Jean Cocteau a danza.