Psicóloga y divulgadora, presentó ayer en El Corte Inglés su último libro, ‘Educar con Serenidad. Soluciones creativas para padres desesperados’ (Grijalbo), que incluye juegos y dinámicas divertidas para el día a día.

—¿Por qué este libro?

—Es fruto de una carencia que he detectado en los talleres que imparto, donde los padres me comentan que a ellos no se les ocurren los ejercicios prácticos o los juegos que les enseño para que los niños obedezcan. También nace de la necesidad de enseñar a los padres a educar desde el respeto profundo por sus hijos, que incluye no pegar nunca más. No vale eso de que a mí me pegaron una torta de pequeño y no tengo ningún trauma. Porque cuando tú pegas o gritas a tu hijo le estás enseñando que para tener razón hace falta ejercer esa agresividad. Y si tus padres, los que más te quieren y protegen, te dan un tortazo de vez en cuando, qué no vas a esperar del amigo o de la pareja. La violencia se normaliza.

—¿Cómo hay que poner límites?

—Los niños nacen sin límites y hay que ponerlos de una forma educada, amable, haciéndoles entender el porqué. Para obtener respeto hacen falta argumentos, paciencia, motivar y que el niño respire que se le quiere por encima de todo, pero no dar un tortazo o un grito.

—De ahí sus propuestas creativas.

—Exactamente. Son cinco capítulos sobre cómo educar en valores, cómo favorecer el entendimiento, cómo trabajar la impulsividad y la falta de paciencia, cómo obedecer de forma divertida y cómo aprender a sentir. Y en cada capítulo se incluyen diferentes dinámicas y juegos, con un respaldo y rigor científico detrás, para que a los niños les apetezca, por ejemplo, sentarse a comer y hablar de qué es lo mejor que nos ha pasado durante el día. O para que se diviertan cuando van a la ducha o a dormir.

—¿De qué edades estamos hablando?

—Desde los 2 a los 12 años, pero muchos de los ejercicios de la comunicación también sirven para adolescentes, para enseñarles a hablar con palabras positivas o para comprender que si quieres que tu chico cuente contigo también tú tienes que contar con él, pedirle opinión y dejar que participe en tu vida. El adolescente empieza en la cuna.

—¿Y las redes sociales?

—Más que prohibir hay que enseñarles a hacer un uso razonable, estableciendo un modelo de consulta y los espacios y horas de uso. Las redes son una fuente de información y enriquecimiento. Sirven para que los chicos aprendan a expresarse, tengan amigos y busquen frases bonitas que colgar. Es una manera que tienen de inspirarse. Lo que pasa es que, como todo, tiene que tener un límite.

—En el libro menciona el amor incondicional. ¿Qué es?

—Aquel que no se relaciona con el éxito. Muchas veces le decimos a nuestro hijo ‘¡qué listo eres! ¡cuánto te quiero!’ cuando saca un sobresaliente. El niño aprende que nos quieren por lo buenos que somos. Cuando lo que tiene que aprender es que nos quieren porque somos personas, no por méritos o por el éxito social.

—Parte de los ingresos de la venta de su libro va a una oenegé de Zaragoza.

—Sí, a la oenegé Cooperación Internacional, que tiene un programa precioso de educación con chavales ligada al fútbol en el barrio de San Pablo.