‘Temps fugit’... El tiempo vuela con La Mov. Celebran once años en el Principal. Herencias de vida, un Vivaldi reinterpretado... Y, al frente, Víctor Jiménez, que bailó con Ullate o Béjart, antes de hacer de Aragón su casa. Y de su propia compañía un sueño por el que luchar.

-’Temps fugit’ llega al Principal de Zaragoza, del 21 al 23 de junio. Y, si mi permite la traducción, el tiempo vuela. ¡Han cumplido once años de compañía!

--¡Cumplimos once años ya! Y yo sé que hemos abierto un hueco en Zaragoza, así que a la hora de hacer un espectáculo mi premisa es que lo principal es el público. Eso lo aprendí de Maurice Béjart, que lo que quería es que el teatro se llenara.

-¿Cómo nació esta historia?

-Todo empezó en el funeral de Míchel Vallés. Eva Pérez, a quien yo escucho todas las mañanas en La Rebotica, habló ese día de cómo el tiempo pasa. Y yo empecé a reflexionar sobre el concepto, de cómo en un momento dado de tu vida tienes que plantearte lo que has hecho, lo que no, lo que no quieres hacer o con qué sueñas.

-¿Y cómo han plasmado esto?

-En un espectáculo que habla de fugacidad, con momentos súper rápidos, a través de la música de Vivaldi y de sus estaciones, que son una obra maestra y que representan mejor que nada este concepto. Pero le hemos dado una vuelta. He cogido un autor que hace unas revisiones maravillosas, de Max Richter, con un toque más actual, y con Jorge Sarnago, que trabaja muchas veces con nosotros. Y con la maestría de los bailarines, que siempre aportan, hemos armado algo muy especial, porque ellos tienen que estar cómodos, para que salgan como fieras al escenario. A todo esto le sumamos un diseñador aragonés, Arturo Guillén, que va a hacer el vestuario. Y muchas ganas.

-Yo pensaba hablar más adelante de Míchel Vallés, periodista, compañero y amigo suyo, al que ya dedicó un espectáculo: ‘Terrenal’. ¡Me ha cambiado el pie!

-Es que Míchel... ¡Buff! No he tenido muchos amigos así... Él dejó mucho y me hizo abrir muchas puertas. La inspiración es algo artesanal y nace de lo que vives. Este espectáculo no es una segunda parte de Terrenal, pero tiene relación con su historia. O con la nuestra.

-Han hecho más de doce producciones. ¿Cómo nacen sus espectáculos?

-A veces, hasta de otras expresiones artísticas. Jorge Gay, que desde que llegué aquí es mi cicerone, siempre me recomienda lecturas, músicas o películas. Y de ahí salen muchas cosas. Todo aporta. Nosotros trabajamos juntos en El trovador, la primera producción que hice aquí.

-¿Cómo acabó un bailarín madrileño montando una compañía en Aragón?

-Siempre tuve un idilio con esta tierra. Mi primer coche fue un Opel y todas mis novias eran de Zaragoza (risas). Era algo premonitorio. Siempre me ha gustado esta ciudad, su vida. Surgió una oportunidad en 2008. Yo había venido aquí para trabajar. Y decidí quedarme. Y sigo creyendo que es un buen lugar para hacer cosas.

-Zaragoza tiene un gran pasado en cuanto a la danza, pero es una ciudad dura...

-¡Desde luego! Y hay algunos tabús que no nos quitamos. Desapareció el Ballet de Zaragoza y parece que nos hemos quedado ahí. Las cosas cambian, en la cultura también. Y no pasa nada. Hay que ir más allá.

-Desde 2017, ustedes tienen el apellido de Compañía de Danza Aragonesa. Ese apoyo institucional exige un retorno, como todas sus actividades de difusión.

-A mí me encantaría poder hacer espectáculos gratis en Aragón, por un sentido de lo público, por difundir... De momento, con los Enseñartes y ensayos abiertos, hemos tenido, por ejemplo, un montón de colegios. Eso, además de generar nuevos públicos, nos encanta.

-¿Cómo se enamoró de la danza?

-Desde pequeño, yo hacía teatro. A los 16 años, entré en la Escuela de Arte Dramático. En el instituto, en una función que hicieron, descubrí la danza.

-Bastante más tarde de lo habitual... ¡Pero, en 1992, ya estaba con Víctor Ullate!

-Si, el me cogió en una audición, pero me puso una condición: iba a estar un año asistiendo a todas las clases, desde los más pequeñitos a los profesionales. Una detrás de otra. Se lo prometí y así lo hice.

-Luego se fue a trabajar con Maurice Béjart... Y, de ahí, a la Ópera de Lyon.

-Mi currículum mola (risas)... Pero, sobre todo, por la gente de la que pude aprender. Víctor Ullate nos abrió las puertas a muchos. Fue él quien hablaba de Béjart y por eso supe que debía trabajar con él.

-Ahora sigue viajando. La Mov tiene mucha vida en giras.

-Cada año tenemos fuera 30 o 40 espectáculos que nos dan la vida. Yo ahí tengo una responsabilidad como empresario, porque esto debe sostenerse. Igual que los periódicos tienen una línea editorial, las compañías deben caracterizarse por algo. Y eso solo se consigue trabajando día a día y con un proyecto estable.