Aragonés del Lugarico de Cerdán, habitante del Planeta y sociólogo. Trabajó en juventud y cooperación antes de ser miembro fundador de Ecología y Desarrollo (Ecodes), en 1992. La entidad que dirige pide que la reconstrucción se base en la sostenibilidad.

-Leí hace poco una frase suya: «El mundo no lo pueden cambiar los desanimados».

-Esa es la gran enfermedad de nuestro tiempo. Y se nos está contagiando. Cuando uno está desanimado, carece de voluntad. Y, ¿cómo se cambia el mundo? Con voluntad. André Malraux decía que ‘el motor de la revolución es la esperanza’.

-Cuando le preguntan sobre el nuevo mundo, incide en que tenemos la posibilidad de construirlo.

-Tenemos que entrenar la mirada para ver señales positivas. Esta pandemia ha abierto ventanas de esperanza. Una de ellas es de muchos hemos sido conscientes de que el futuro no está escrito. La segunda ventana de oportunidad es que hemos visto también que la economía se ha sacrificado en pro de la salud. Esto era un hecho inaudito y muestra que la economía es un fin; no un medio. Y, por tanto, habrá que hacer una economía al servicio de la vida, no una vida al servicio de la economía. Curiosamente, una de las cosas que comparten el coronavirus y el cambio climático es que durante años los científicos alertaron de un riesgo. Los gobernantes desoyeron a la ciencia. Sobre la base de este gran drama, podríamos aprender.

-Ahora, junto a ustedes, casi 1.200 firmantes de peso se han unido para pedir a la Comisión de Reconstrucción Social y Económica que los planes de recuperación se basen en criterios sostenibles.

-En esta situación se han solapado distintas crisis. La pandemia sanitaria no se ha ido y ha llegado la emergencia económica. Y, junto a esta, la social. ¡Y no ha desaparecido la ambiental! Tenemos que encontrar alternativas a estas cuatro emergencias con soluciones convergentes. Eso pasa por una regeneración sostenible de la economía. Esta semana, la UE hablaba de una inyección económica. Eso plantea planes de estímulo, pero también aumento de la deuda pública. Yo tengo dos hijas y serán ellas las que tendrán que pagar esta deuda. Al menos, que paguen cosas que sean buenas para su futuro.

-Se habla de la bajada de los niveles de polución con el Estado de Alarma. ¿Somos los humanos otro virus?

-Seguro que la naturaleza nos vería así. Durante años, entre economía y naturaleza ha habido tal divorcio que parecía que lo que le iba bien a la una, le iba mal a la otra. Nosotros no podemos vivir sin el planeta. Pero el planeta sin nosotros, sí. El problema es esa soberbia antropocéntrica que nos hace pensar que no dependemos de la naturaleza. No hemos hecho más que envenenar nuestro planeta. Si uno llenase su propia casa de basura le llamarían loco. Eso en lo que hemos estado haciendo en lo macro. Ahora, tenemos los mecanismos para corregir ese divorcio. Las energías renovables son, por ejemplo, más baratas. Lo que toca es ponernos a trabajar. Revertir ese viejo dicho de: «el que venga detrás, que arree». Les estamos robando el futuro a nuestros hijos.

-Para superar el divorcio, habla de tender puentes. Usted, entre otras muchas cosas, está en el consejo social de Inditex.

-Es que las oenegés también hemos cometido el pecado de la soberbia. Es verdad que las empresas han formado y forman parte del problema. Pero también, que no podemos hacer el cambio sin ellas. Felizmente, muchas están entendiendo que su objetivo no puede ser solo maximizar la rentabilidad para el accionista, sino hacerlo también para los empleados y para la sociedad. Hay mucho por hacer.

-Pero el cambio de planteamientos también pasa por cada uno de nosotros..-

-En esta crisis, la muerte se ha hecho omnipresente. Hemos visto que acumular cachivaches no es fundamental y que igual hay que alimentar mejores relaciones. Que los problemas globales solo se solucionan con una cooperación global, que también es aplicable para afrontar el cambio climático. Incluso la división que el Gobierno marcó de actividades esenciales hace descubrir que hay cosas más prescindibles y que podemos vivir con menos.

-Habla, por ejemplo, de los agricultores, una profesión que conoce bien.

-Soy hijo de agricultores, Mis padres pertenecen a una generación que levantó este país, que con trabajo logró mandar a sus hijos a la universidad. Fíjate que algunos de ellos les ha tocado venir a morir en un momento especialmente delicado, sin poder despedirse. Ha sido muy injusto.

-De la mano de sus padres descubrió al campo y la naturaleza. De su madre, que se fue estos días... Quizás debamos a acabar con un homenaje a Joaquina.

-En su funeral, pusimos flores y nísperos de su parcela. Amaba los árboles, amaba la tierra. Sus hijos y sus nietos prometimos cuidar los frutales y las parras de su jardín, que era algo que le preocupaba, intentar ser tan tenaces como ella, tan emprendedores como nuestro padre. Y tan buenos y decentes como ambos