Apasionado de la música y director del Slap!, el festival de música negra que ha colocado a Zaragoza en el mapa. Este año celebra su décima edición de nuevo en el cámping de la ciudad del 5 al 7 de julio.

—10 años de Slap!, ¿cómo se llega hasta aquí en una ciudad como esta?

—Supongo que el 80% es cabezonería, pasión, intensidad… Todo eso muchas veces te ciega a ti y a la propia rentabilidad del festival así que las ganas que tienes por hacerlo supera la realidad que año tras año ha sido bastante dura. Hemos tenido que sobrevivir pagando con sueldos que te sacas de tus trabajos anuales. También hay algo de orgullo de ciudad, de querer aportar mi granito de arena a su circuito cultural. Pero sobre todo cabezonería e inconsciencia.

—Habla de orgullo de ciudad, ¿no concibe el Slap! fuera de aquí?

—No, aunque lo he pensado muchas veces porque siempre dices en un momento de calentón si estuviera en ese otro sitio… Sobre todo pensando en que hubiera playa pero creo que no puede estar en otro lado. En Zaragoza, la música negra ha influido mucho, también en mis gustos, y en los de mucha gente que disfruta mucho con esa cultura. No hay más que ver bandas como Violadores del Versos que han sido referentes y todo ha hecho que se haga aquí este festival. Y al final me he dado cuenta, porque al principio no lo veía, que este festival ha salido porque es Zaragoza. Era la ciudad para que el Slap!, un festival tan distinto, se hiciera.

—El Slap! es un festival de descubrimiento, ¿le cuadra esta definición?

—Al final la magia de hacer un festival de descubrir grupos viene un poco porque mi pasión siempre ha sido esa. Cuando empecé a escuchar música lo que me gustaba era llegar al bar con mis colegas o a casa de un amigo y decir ¿has escuchado este grupo?. La idea de que sea todo novedad es tan bonita que incluso lo es para nosotros mismos. Cuando empezamos el año te puedo asegurar que, sin exagerar, el 80% de los grupos que tocarán en este Slap!, realmente no los conocía. Eso es muy apasionante para mí y hace que no te canses.

—Nunca lo acababa de tener claro pero ahora le veo más seguro, ¿está el Slap! consolidado?

—Antes eran mis expectativas las que fallaban un poco. En mi caso no lo era porque quería llegar a hacer algo mucho más bonito y espectacular, no más grande en volumen pero sí en cuanto a entorno, calidad, escenario, sonido… y eso cuesta dinero y es a través de entradas. Ahora sabemos las entradas que vendemos y te gastas ese dinero. A partir de ahí, lo haces lo mejor que puedes.

—¿Recuerda algún momento especial?

—Es que es como si te preguntan qué disco o qué grupo te gusta más… Recuerdo el año en el que el último grupo casi no pudo tocar porque aprendí que tenía que haber un regidor que controlara el tiempo de actuación de los grupos. Me acuerdo más de esos errores que luego hacen que mejore el festival que de los momentos.

—¿Qué les aporta el cámping?

—Supone que podamos tener un abanico de edades muy amplio y que todo el mundo pueda sentirse a gusto. Es lo que hace que sea un festival único y que la gente esté muy cómoda, se genera más sentimiento de comunidad, de compartir algo especial y esa singularidad es muy importante.