Hace unos años, había un pequeño pueblo en mitad de una gran extensión llana de tierra donde descendía un poco más el terreno y se convertía en más abrupto, nacía un manantial al que llamaban río, sin llegar nunca a serlo. A todo esto, los habitantes llamaban "Los campos de Galache".

Cada año las gentes de aquel pueblo pequeño, de piedra, con las calles de tierra, iban el día de la fiesta a la ermita, a oír misa, a comer y pasar el día allí, tirar cohetes, bailar con una pequeña orquesta de un par de tocadores de instrumentos que llenaban el día de música y todo parecía una gran fiesta en honor a su patrón. Los niños jugaban por los alrededores, ora cogiendo algún renacuajo, luego tirando piedras al río, más tarde persiguiendo a las libélulas. Una armonía natural se hacía cargo de todo.

Poco a poco la despoblación fue haciendo mella en el lugar, las gentes emigraban a las ciudades. Aunque seguían yendo cada año a "Los Campos de Galache", cada vez había menos gente.

Los niños que jugaban se iban haciendo un poco más mayores y cada vez eran menos los que acudían cada año. Entre los que siempre iban, estaba una muchachita rubia de rasgos redondeados en la cara, y un joven delgado, no muy alto y moreno. Estos dos, cuando acababa la música, marchaban a casa andando, paseando. Al llegar al pueblo, la última frase era casi siempre la misma. ¿Vendrás al año que viene? A lo que la respuesta siempre fue la misma. Sí, ¿y tú?

Ella se había marchado a la ciudad, estudiaba. El quedó en el pueblo, atendía la tierra. Dejaron de venir los músicos, todo parecía menos fiesta, dejó de ir mucha gente y dejaron de ir niños que apedreaban el río. Ellos dos seguían yendo cada año, volvían andando al pueblo mientras se contaban como le iba a cada uno. En el pueblo apenas quedó nadie, la gente envejecía, en la ermita apareció alguna resquebraja que nadie arregló y todo comenzó a tener un aspecto decadente.

Los jóvenes que cada año volvían andando al pueblo ya tenían sus años. Ella daba clases en un instituto, él seguía en el pueblo casi abandonado y arando el campo. Un año más llegó la fecha de celebrar el santo. El llegó primero al lugar, más tarde llegó ella. El dijo "no vendrá nadie". Ella contestó "qué más da". Se miraron, quedaron en silencio y ella dijo "¿Por qué nunca te fuiste de aquí?" Hacía calor, se pasó la mano por la frente de forma nerviosa y contestó: "porque siempre supe que era el único sitio donde podía verte aunque sólo fuese una vez al año". Todo quedó en silencio por un momento hasta que siguió "y tú, ¿por qué viniste cada año aquí?". Se acercó un poco más a él y contestó "porque era el único lugar donde sabía que te encontraría".

Ambos se fundieron en un profundo abrazo, a ella se le escaparon las lágrimas de sus ojos que le miraban a él como si quisieran decir "¿por qué no nos hemos dicho esto antes?". Comenzó a sonar el motor de un coche que se acercaba, era el coche del cura, que al llegar aún encontró a los dos abrazados y disimulando un poco dijo "hace mucho calor, no vendrá nadie más, este año la fiesta la celebraréis vosotros solos". Se sentaron en el riachuelo que hasta parecía que traía más agua, siguieron mirándose como lo hacían desde niños. Al oscurecer, una vez más volvieron andando al pueblo, pero esta vez, el amor se apoderó de todo en "Los campos de Galache".