Un día nos dijeron que el veintiuno de septiembre es cuando cambia la estación y entra el otoño. Y así, otro veintiuno llegará el invierno, otro la primavera y una vez más se habrá completado el ciclo de un año. Pero lejos de ser las fechas las que nos dicen en que época nos encontramos, son en cambio las sensaciones que nos rodean en cada momento las que realmente nos indican porque parte del año paseamos.

Así pues, en este rinconcito del otoño del que tanto hablaron en su día los poetas, se suceden, una vez más, la amalgama silenciosa de circunstancias naturales que desde los pueblos contemplamos, aunque sin quererlo, más que desde las grandes ciudades, y que nos sumen en un halo donde todo indica que ha llegado la estación otoñal.

Las aves migratorias emprendieron viaje, sin maleta ni atuendo, como hicieron desde que existe la vida en el orbe , y vinieron otras, también sin más equipaje que lo que pueden cazar o coger en el camino hasta aquí.

Mientras tanto, la vendimia es la actividad agrícola que se impone y que llena las bodegas de un mosto inocente que tras su reposo en la oscuridad se convierte en el vino que luego nos emborracha y así mitiga al ver que los sueños no se cumplen, aunque alguien dijo que, "los sueños son el motor de la vida". Aunque no es el mismo motor el que nos mueve a todos por dentro para seguir caminando, dentro de cualquier otoño y dentro de nuestra propia vida.

Un día, un hombre joven, paseaba ensimismado y sonriente por la orilla de un río tranquilo y bonito, al que caía alguna hoja que se balanceaba sobre el agua y poco a poco se alejaba. Al encontrarse con alguien, le preguntaron:

--¿Que haces?

Este contesto tránquilamente y sin dudarlo.

--Recojo briznas de paz para la mujer que amo.

Seguramente en su interior se escondería el sueño de que también le amase la mujer para quien dijo que recolectaba paz en la orilla del río. Soñaría con enredarse en su cabello, contemplar sus ojos con detenimiento y sin prisa, y seguramente también, el hecho de dedicar su tiempo y sus deseos hacia la otra persona haría, sin saber cómo, que coincidiesen con los sueños de ella por estar junto a él.

Seguramente en el cofrecito que guardaba sus deseos habría pocas cosas materiales escondidas, justo lo contrario de otra gente que llenan grandes baúles de sueños de pertenencias, aunque para todos el motor que les mueve sea el mismo.

A todo esto, las hojas siguen cayendo sin darnos apenas cuenta, alguna chimenea comienza a humear y huele a leña quemada por las mañanas. Mientras tanto, nosotros seguimos soñando, sin ser conscientes que el otoño anterior fue similar y que el que viene será tal vez parecido, aunque tendremos alguna arruga más, nuestros hijos o sobrinos serán un poco mas altos y nuestros mayores un poco más pacientes.

Tal vez se caerá una hoja más en nuestra vida y seguiremos soñando con un manto blanco de nieve invernal, que todo lo tape, que todo lo cubra y que al derretirse se haya cumplido sin saber cómo, el sueño mágico de no darnos cuenta de que la vida pasa y esto es un otoño más.