Mientras todos los chiquillos de un pueblo cantaban las enseñanzas de la escuela y se les notaba un constante progreso a la vez que hacían alguna barrabasada, al único hijo de don Alonso se le notaba claramente que no adelantaba de igual manera. El esfuerzo de los profesores porque diferenciara las letras era vano, y hacerle coger la pluma era más un aferrar el instrumento que un intento de escribir. El entendimiento natural que tiene un ser humano no lo tenia el en la misma medida, era claro que andaba mermado de inteligencia. Aunque iba a la escuela, pasaba las horas mirando a través de los cristales.

Poco a poco sus padres asimilaron con resignación y entereza que su hijo no fuese como todos, pero no por ello dejaron de hacer todo cuanto estaba a su alcance, con el fin de que si en un futuro quedaba solo pudiese valerse. Le llevaron a un convento, aprendió modales, a ser un poco mejor, a escuchar a los demás. Volvió a su casa con mas educación pero igual de silencioso, con la misma falta de entendimiento que tiene la gente normal. Cuando se hizo un hombre seguía teniendo el mismo gesto simple y bobo que anunciaba que la Diosa Minerva (diosa de la sabiduría) no le concedió su bien. Sus padres le aconsejaron: "Si algún día tienes alguna duda sobre lo que has de hacer en la vida, no lo dudes, ve a ver a tu tío que vive en Madrid y el que es un hombre culto sabrá aconsejarte".

Inevitablemente, sus progenitores fueron requeridos por el mas allá, y este nuestro amigo quedó solo en el mundo como era de esperar. El tiempo, sin saber como, pasó por la vida de éste como por la de todos. Estableció una forma de vida tranquila, sabía subsistir. Hasta que un día se dio cuenta de que la gente de su alrededor se casaba, su generación ya tenían hijos vivían de otra forma. En su interior comenzó a bullir otra forma de ver las cosas. Una mañana se levantó y sin decir nada a nadie emprendió un viaje para consultar algo a su tío. Con la ropa de fiesta y una escasa maleta se presentó en Madrid. Su tío al verlo quedó tremendamente sorprendido y tras agasajarlo y alojarlo con cariño seguía sin entender cual era el motivo de tan inesperada visita hasta que el hombre de pocas luces comenzó su explicación.

--- Que digo tío, que en el pueblo todo el mundo se casa.

El hombre de pelo cano no salía de su asombro y siguió esperando a que el sobrino explicara más sobre sus intenciones.

-- Tu dirás hijo.

--Pues que digo yo que si no sería bueno que yo también me case. El sabio y sensato tío le aconsejó con tiento.

--Mira hijo. Como yo no estoy en el pueblo y hace tanto que no voy, no tengo seguridad de que te pueda decir, bueno será que preguntes a otras dos personas más que tú creas conveniente.

--Ya lo hice tío. Pregunté a uno que es ciego y a otro que es sordo.

Atónito quedo el de Madrid y no pudo contener la siguiente pregunta.

--¿Y por qué a ellos? ¿Acaso son más listos que los demás?

--Es fácil, el sordo me aconsejó a ojo, y el ciego de oidas.

Surgió una sonrisa en la cara del tío, meditó unos segundos y viendo que el sobrino no era tan tonto, le dijo.

-- Haz lo que tu creas, que en esta vida todos andamos a tientas.

Al poco de volver al pueblo se casó.