En el término de Bubierca se encuentra un paraje de indudable belleza, la ermita de Santa Quiteria. Una vez allí, lo primero que sorprende es un acogedor mundo de sombras que de forma altruista ofrecen olmos y chopos, cosa que agradecerá el caminante porque hasta llegar aquí el camino esta desprovisto de árbol alguno, al menos en su último tramo donde el cereal y el yermo se alternan. Alrededor de la ermita todo simula ser un oasis en mitad de unos montes que muestran hostilidad, sobretodo en la época estival. Dos balsas de gran tamaño parecen dispuestas a regar como hicieran en otra época. Aunque en la actualidad no estén muy bien cuidadas, no implica que los seres que las habitan vivan a gusto en su diminuta patria ofreciendo al visitante innumerables muestras de vida, las ranas, las libélulas danzando por encima da las aguas y alguna rama repelada o un pequeño tronco descortezado serán la muestra de que tambien el corzo corretea por estos lares.

Otro detalle es la presencia de dos casas semiderruidas que sin duda, indican que aquí vivía, hasta los años cincuenta, quienes hacían culta la tierra de los alrededores.

El río Monegrillo baja cercano con un mínimo caudal que desaparece y vuelve a aparecer, para terminar regando frutales antes de unirse al Jalón.

No menos sorprendente es un almez que según los datos que pueden leerse en una placa, mide más de diez metros de diámetro de copa, y un diámetro de tronco de 1´23 metros que, al ser hueco, su interior es capaz de albergar una persona. Este árbol esta incluido en la guía de arboles monumentales y singulares de Aragón debido a su tamaño y a su curioso porte.

Si volvemos la vista sobre el camino apreciamos que el hombre ha transformado el paisaje de manera salvaje, con dinamita y hormigón, para construir la autovía que une las ciudades. Tal vez sea la única tacha que se puede poner a este lugar.

ANDRES NUÑO