Más de un centenar de niños subieron el 2 de febrero al cerro de San Blas en Ateca para esperar la aparición de la Máscara. Al divisar las bandas rojas y amarillas de su vestimenta, los pequeños echaron mano a los cajones de manzanas para intentar abatirla. Antiguamente, sus abuelos la recibían en ese mismo lugar, pero con piedras. Tras acompañar a la imagen del patrón por las calles de Ateca, la Máscara se bendice en la ermita de San Blas y encara la subida del cerro con la única protección de un escudo.

Se trata de una tradición ancestral, declarada de Interés Turístico Regional, que junto al "cipotegato" de Tarazona o la "contradanza" de Cetina transmiten costumbres antiguas, que aunque ya no conservan su sentido original soportan el paso de los años. La Máscara de San Blas guarda también relación con las botargas o mascarones de pueblos de la Alcarria y Extremadura, sin obviar su componente carnavalesco. En sus orígenes era un personaje público o chivo expiatorio sometido al escarnio de los vecinos, quienes le culpaban de los males. Algo así como con los designios de los dioses en la mitología clásica. También aquí, aunque los vecinos le insultan y vilipendian, la Máscara les ofrece su protección con un suave golpe de la cobertera.

Uno de los insultos que se le decían antiguamente era "engulema", con el que se alude probablemente al duque de Angulema, quien con los Cien Mil hijos de San Luis abortó las libertades otorgadas en la Constitución de Cádiz en 1812. Otro poso histórico que pervive es la canción del puente de Alcolea, que entona el coro de niños, una vez que la Máscara consigue encumbrar el cerro. Esta canción se refiere, según el historiador Paco Martínez, a la batalla del puente de Alcolea entre realistas y liberales, y por la cual tuvo que salir de España Isabel II. Además, esta celebración ha contado con distintas interpretaciones. En la II República se suprimió dos años por su componente religioso.

Otro momento estelar es la gran hoguera que se enciende en la plaza la noche de las vísperas. Numerosos vecinos se congregan para ver la máscara y saltar la lumbre, aunque los más pequeños disfrutan más con la salida de la Máscara por las calles, y miden su "valor" robándole los cascabeles de su traje. A la Máscara se le increpa y se le encierra en las viviendas, mientras se defiende con el sable y la corbetera. Son las reglas del juego. Para evitar riesgos, el ayuntamiento de Ateca pide que no se le pierda a la Máscara el respeto, ni al individuo que la representa.

R.CRISTOBAL