Teresa Picazo no oculta su rabia. En su rostro se descubre la indignación de una madre que cree que su hijo, un joven bilbilitano de 20 años, "podría seguir vivo si hubiera sido atendido correctamente". Teresa relata con la voz entrecortada que en las horas precedentes a su muerte, el pasado 3 de agosto, "Angel Julián fue visitado por tres médicos, pero ninguno detectó nada extraño hasta el final."

El primer reconocimiento fue a las siete de la mañana, unos minutos después de que el mismo facultativo le recomendara por teléfono que se diera "una duchita fría". El segundo a las 10.30 horas, en el centro de salud, donde le aseguraron que se trataba de un "proceso catarral". El tercero a las tres de la tarde, en el Servicio de Urgencias del Hospital Ernest Lluch "después de esperar 50 minutos en la sala de espera a que un médico le atendiera", aunque el Salud asegura que sólo tardaron diez minutos en examinarle. Una hora más tarde falleció en la UCI al parecer, a falta de los resultados de la autopsia, "a causa de una sepsis meningocócica" --una meningitis--, según un comunicado de la consejería de Sanidad.

"La noche anterior, sobre las dos de la madrugada, Julián me dijo que no se encontraba bien, pero nada más, yo le toque la frente y como no tenía fiebre le dije que se tomara una pastilla si le dolía la cabeza", relata consternada su madre. Sin embargo, Julián no volvió a quejarse hasta las 6.30 de la mañana. "Vino a mi habitación sudando y me dijo que se encontraba peor. Le puse el termómetro y tenía 40 grados de fiebre, de modo que llamé al médico".

Teresa Picazo no puede olvidar la "desatención" que su hijo sufrió durante esa mañana ni tampoco "el desamparo con el que agonizó por la tarde en la sala de espera de Urgencias". Tras regresar del ambulatorio sobre las 11 de la mañana, Angel Julián se dio una ducha y su madre lo dejó acostado en la cama para ir a trabajar. Pero Teresa, inquieta, regresó pronto, a las 13.15. "En cuanto me vió, se levantó de la cama y se sentó en la cocina mientras yo hacía la comida", recuerda.

"Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba muy colorado y le pregunté: ¿Qué tal Julián?". "Regular mamá", contestó él. Teresa se quedó desconcertada al ver que Julián tenía las orejas moradas. "Me acerqué y comprobé que tenía muchas manchas, incluso por el cuello, así que le levanté la camiseta y vi que tenía una barbaridad".

"Lo vestí como pude y avisé a su hermano Diego para que lo bajara a cuestas hasta el coche. Llegamos a Urgencias a las 14.10", recuerda Teresa. Su hermano Diego explica asimismo que cuando cogió a Julián a cuestas " éste apenas podía ponerse de pie". Una vez allí puso a su hijo en una silla de ruedas y se acercó a la ventanilla de atención a dejar la cartilla.

Los últimos minutos

"Le dije a la administrativa: mire como está el chico --lo tenía delante ella--, está sudando, tiene manchas y mucha fiebre. Por favor dígale al médico que hagan el favor de meterlo o que salga alguien", relató la propia madre. Según ella, la mujer le dijo que se lo comentaría al médico. "No sé si le pasó el informe al médico de verdad o no", se pregunta Teresa, que asegura que cuando salió la enfermera a llamar a los pacientes volvió a insistir varias veces: "Por favor, se lo suplico, ¡Mi hijo está muy mal!, que no aguanta, que no puede respirar...".

Sin embargo, la contestación --asegura Teresa-- fue "no ha visto las urgencias que tenemos, ya le llamarán". Después de recibir la misma respuesta 4 o 5 veces --explica la madre de Julián--"me entró tanta rabia y tanto dolor que di un portazo a la puerta y pasé con el chico". Un testigo presencial, Juan José Longares, corroboró a este diario la espera de esta familia.

R. CRISTOBAL