Las características y cualidades de un velocista no son las mismas que las de un corredor de fondo. Mientras el primero es todo explosividad y es capaz de realizar un gran esfuerzo en un corto periodo de tiempo, el segundo destaca por su capacidad de sufrimiento y fuerza mental en periodos de tiempo más largos. No es casualidad que la edad media de los atletas que destacan en ambas disciplinas suela ser diferente, siendo más longevas generalmente las carreras deportivas de los fondistas. También es usual que algunos atletas de medio fondo vayan aumentando la distancia de la prueba en la que compiten conforme cumplen años. En definitiva, es un tema de adaptación a las circunstancias, a las cualidades físicas y a las mentales. Una capacidad de adaptación que suele fortalecerse paralelamente a la madurez y a la experiencia.

Los nuevos rebrotes de covid-19 en julio, con la amenaza inminente de una nueva oleada de la pandemia, van a requerir de un cambio de mentalidad por nuestra parte, un cambio de disciplina. La mentalidad de velocistas, que nos ha permitido aguantar el primer tirón, va a tener que dar el relevo a una nueva mentalidad de corredores de fondo. El cambio de disciplina es absolutamente necesario.

Está claro que aludir a la madurez y responsabilidad individual de las personas suele ser insuficiente. Las decenas de miles de denuncias durante el estado de alarma así lo demostraron, y a fecha actual, las fiestas de cientos de personas en recintos cerrados, sin cumplir ninguna medida de protección lo han acabado de corroborar. Los que fueron velocistas por imposición, y cumplieron a regañadientes con las normas durante el estado de alarma, han vuelto a su nueva normalidad sin que diste demasiado de su antigua normalidad. Es decir, tras el sprint obligado, han vuelto al paseo lúdico en chanclas y bermudas.

Pero este paseo nos puede salir realmente caro. Después de lo sucedido, la repercusión humanitaria, social y económica, y toda la información de la que disponemos en la actualidad, no podemos hacernos los despistados con respecto a lo que es importante y necesario.

Está muy bien llevar la mascarilla por la calle y en todos los lugares públicos, y es una medida necesaria teniendo en cuenta la falta de responsabilidad de los «velocistas por imposición». Pero seamos serios, no es ahí donde está el verdadero peligro. No nos contagiamos al cruzarnos por la calle a metro y medio de otra persona; no es lo habitual, salvo que nos estornuden o tosan en la cara. Los contagios se producen en lugares cerrados, en reuniones de grandes grupos de personas. Algunas de esas reuniones (discotecas, pubs o cualquier establecimiento público) deberían ser reguladas o prohibidas por el bien común, con todo nuestro dolor en el corazón por el sufrimiento de los hosteleros que están viviendo una verdadera pesadilla, y apoyando que reciban todas las ayudas posibles. Pero hay otras reuniones o fiestas privadas que no son controlables por las normativas, que van a depender de la responsabilidad de cada uno.

Resulta sencilla la crítica a las autoridades que toman decisiones, a los políticos, a las normas dictadas, a la supuesta pérdida de derechos y libertades que suponía el estado de alarma (con tan sólo recordar ese insolidario argumento me invade una frustrante y triste vergüenza ajena). Criticar y eludir responsabilidades es un comportamiento habitual del ser humano inmaduro y ególatra que solo piensa en satisfacer sus propias necesidades. Seamos serios.

No se trata de ser más papistas que el Papa, ni de llevar las cosas al extremo. Claro que hay que volver a una nueva normalidad tras las medidas restrictivas que tuvimos que respetar solidariamente en el primer pico de la pandemia. Claro que tenemos que frenar el ritmo de restricciones porque la economía se cae, pero no podemos pasar del sprint al paseo en chanclas y bermudas. Tenemos que adaptarnos a esa mentalidad de corredor de fondo para aguantar el esfuerzo que supone una carrera de larga distancia. Claro que podemos reunirnos con nuestros allegados en grupos pequeños, disfrutar de nuestro tiempo libre, tener vida social. El sistema sanitario está más preparado para hacer frente a los rebrotes y eso amplía nuestras posibilidades, dándonos más margen.

Los enfoques extremos no suelen ser la mejor opción. En salud mental hemos tratado durante esta pandemia centenas de casos de personas desbordadas por el miedo al contagio, suyo o de sus familiares. Muchas de ellas sin antecedentes psiquiátricos. Personas que no han podido evitar que su mente les conduzca al extremo de la responsabilidad y la obsesividad en dirección al miedo más bloqueante. Esa no es la solución, evidentemente. No podemos entrar en pánico y debemos mantener la calma. Debemos aceptar lo inevitable y actuar con proporcionalidad. Nuestras vidas deben seguir adelante.

El cumplimiento de las normas por imposición es mucho más sencillo que por convicción. Los actos por convicción conllevan la asunción de responsabilidad. Si decido hacer algo tengo que asumir las consecuencias. Ahí radica la dificultad. La gente acepta moderadamente bien las imposiciones porque les eluden de responsabilidad. Tendremos que confiar en nuestra madurez como individuos y sociedad, para pasar de velocistas por imposición a corredores de fondo por convicción. Debemos adecuarnos a un nuevo ritmo de responsabilidad individual que permita enfrentarnos a este reto con la solidaridad necesaria. T