Dedicarse a fabricar objetos con anea parece cosa del pasado, un oficio desaparecido en estos tiempos en los que por encima de la calidad se valoran aspectos como el precio, la rapidez de fabricación o la competitividad en el mercado. Sin embargo, aún quedan artesanos que, por encima de todo, aprecian el trabajo bien hecho, y Pilar Giménez es un ejemplo de ello.

Esta vecina de Quinto trabaja desde hace años tejiendo anea, restaurando sillas, fabricando sillones y otros muebles todos con este material.

Pilar aprendió el oficio de su padre, a quien a su vez se lo enseñó su tío, quien lo heredó de sus mayores y así hasta perderse en el tiempo. El padre de la artesana no quería que esta joven se dedicara al trabajo de la anea porque "creía que era muy duro, sobre todo para una mujer". Pero Pilar se empeñó en aprender y, con sólo 9 años, ya dominaba el oficio.

Realmente es un trabajo difícil. Hay que recolectar el vegetal que antes, cuando se recogía con regularidad, crecía abundante y de buena calidad en el mismo Quinto, junto al río. Hoy en día hay que buscarlo como un tesoro en los más diversos lugares de España. Concretamente, el material con el que trabajaba Pilar el día de esta entrevista, a la puerta de su casa, lo recogieron en Tarragona. El siguiente paso es dejar secar las hojas hasta su punto justo, tratarlas y prepararlas y cuando están maduras y cortadas en tiras, hay que mojarlas con frecuencia para que no pierdan su flexibilidad.

Las manos sufren con el trenzado y, aunque es frecuente que hagan heridas o roces, "con una buena crema las dejas listas para volver a la tarea", afirma Pilar.

Entre tres y cinco horas puede llevar la restauración del asiento de una silla según el tipo de tejido que se haga, menos para el más grueso; más para el denominado "trenzado catalán", más fino, o para el aragonés antiguo, mas complicado.

Pero, en cualquier caso, queda un trabajo de calidad por el que en realidad Pilar cobra unos precios muy ajustados. "Mis trabajos de restauración y mis muebles no son nada caros, no pueden serlo porque sino no los vendería", afirma la artesana. Y sí que los vende, aunque para ello se tenga que mover mucho.

"Recibo muchos encargos de personas que tienen sillas de las de toda la vida y quieren arreglarlas, en ese caso no tienen ni que traerlas, yo misma me desplazo a recogerlas y a entregarlas", explica Pilar. Pero el mueble rústico y lo antiguo sigue gustando y, por eso, otros de los encargos que recibe son para montar bares o restaurantes totalmente nuevos pero con un aire más tradicional.

GLORIA ABADIA