Lázaro Carreter acechaba las ondas de las emisoras de radio, rastreaba las páginas de los periódicos y hacía de sus dardos unos de los artículos más leídos entre los profesionales de la comunicación y entre muchas personas que disfrutaban no sólo por el conocimiento que del idioma aportaban, sino también por esa fina y elegante ironía que trasmitían sus líneas, llenas de un humor, a veces ácido, a veces tan sencillo que leías y leías sin parar.

Desde hace años se dedicó a defender el idioma, y lo hacía de la mejor manera: conociéndolo en la calle, oyéndolo en las tertulias y a pesar de todo ello jamás le llegó el desánimo, y jamás se arrugó ante la gran incultura que tenían no el vecino de a pie, sino los que de verdad debían conocerlo y enseñarlo. Con Lázaro Carreter se aprendía Gramática.