Tras la última cena, el Santo Cáliz queda en manos de los discípulos de Jesús. Pedro y Marcos lo transportaban hasta Roma donde permaneció en torno a dos siglos. Una violenta persecución contra los cristianos por el emperador hace que el Papa Sixto II encomiende el Grial a San Lorenzo, quien antes de morir entre los años 258 y 261 los envío a su ciudad natal, Huesca. Posteriormente, y debido a la invasión de los sarracenos en el 713, el Obispo de Huesca abandona su sede episcopal llevando consigo el Santo Cáliz para, tras un peregrinaje por el Pirineo, llegar hasta el lugar en donde posteriormente se fundaría el Monasterio de San Juan de la Peña. Allí permaneció hasta el 1399, año en que es trasladado hasta el Palacio de La Aljajería por el rey Martín el Humano. Finalmente es en el 1437, durante el reinado de Alfonso V el Magnánimo, cuando el Santo Cáliz llega hasta el palacio Real de Valencia, para más tarde pasar a la catedral de esta ciudad donde todavía es custodiado.