Un año más, Mezalocha conmemoró la Semana Santa. Este año, debido a su tardía ubicación en el calendario, a diferencia de lo sucedido los años anteriores, la climatología acompañó desde el Domingo de Ramos, inicio de las procesiones, hasta el Sábado Santo, lo que incrementó la asistencia a todos los actos de los mezalochanos.

La sencillez de las celebraciones en la localidad no excluye en modo alguno su emotividad y sentimiento, como quedó patente en cada uno de los actos realizados, con especial mención a la procesión del Calvario que, perdida en la memoria, se viene realizando a las ocho de la mañana del Viernes Santo por el monte que le da nombre, y en la que, portando la Dolorosa, se hace un recorrido por cada una de las estaciones del Vía Crucis.

Todo el pueblo, como una única cofradía, espera la salida del Santo Entierro: al anochecer del Viernes Santo el silencio se hace a las puertas de la parroquia de San Miguel, mientras se produce la aparición de las Cruces de guía, el Cristo de la Cama y la Dolorosa, portados por los sayones, transmitiendo una imagen de fervor y tradición, para recorrer las calles de Mezalocha hasta la ermita de San Antonio, y volver de nuevo a la iglesia. Anochecer de duelo, iluminado tan sólo por tenues faroles como símbolo de esperanza.

Ya en la parroquia, se entona el Miserere, por suerte recuperado, y se da por concluido el día más especial de la Semana Santa mezalochana.

Otra tradición ya olvidada era el toque de matracas portadas por los niños de la localidad, que convocaban a los actos inmediatos en sustitución de las campanas, mudas en señal de duelo. Los tiempos modernos han acabado con esta costumbre que hacía las delicias de los pequeños, pero que aportaba un toque propio a estas celebraciones. "Quizá sería interesante lograr un equilibrio entre el pasado y el presente, para preservar lo poco que vamos recordando, aunque pueda parecer algo insignificante", indican desde la localidad.