Hubo un tiempo no muy lejano en el que existían, en la mayoría de los pueblos, oficios que hoy son considerados como un verdadero arte: guarnicioneros, cesteros, tejeros ... Todos ellos empleaban como materia prima productos de la naturaleza: anea, mimbre, caña, barro...

En el Día de la Comarca, celebrado con toda solemnidad en Cosuenda el pasado 22 de agosto, además de las mujeres que fabricaban jabón o cocían bolas elaboradas por ellas, así como juegos de antaño (el aro, las birlas, la rana...) que nos hizo volver a la infancia, había un matrimonio llegado ´ex profeso´ al pueblo, y contratado por la organización comarcal, que trabajaba la artesanía del mimbre: sillas, sillones sofás, cestas, costureros, así como objetos de adorno de las más variadas clases, estaban expuestos en la recoleta plaza de detrás de la iglesia.

Pedro Jesús Castillo, nacido en Peralta (Navarra), tercero de una generación familiar dedicada a esta artesanía, se hallaba muy ufano tratando de forrar con mimbres una garrafa de cristal. Sentado a su lado me contó su vida, al tiempo que sus manos manipulaban con elegancia las alargadas varas ya humedecidas.

"Mi abuelo ya trabajaba en este oficio, y si yo volviera a nacer haría otra vez lo mismo. En el taller de mi casa tengo colgada una fotografía de mi padre; todos los días cuando entro en él le doy los buenos días, y al terminar la jornada me despido con un hasta mañana", recuerda.

Pedro Jesús, que trabaja con su esposa, Angela Esparza, explica que existen diferentes clases de mimbre, aunque en realidad es el mismo con distinto color. "El mimbre oscuro, llamado boof, se obtiene después de haberlo cocido a fuego lento durante ocho horas y ponerlo luego a secar al sol; el tostado le da ese color marrón tan característico; a la hora de trabajarlo hay que humedecerlo bien para que no se rompa".

Este artesano, que ha sido corresponsal en algunos periódicos, recuerda con emoción que el primer trabajo que realizó fue una cesta que no le salió muy bien, tenía doce años. Desde entonces, han sido muchas las piezas que sus manos han fabricado con esa visión propia del artista. Ahora, al comprobar la variedad de la que hace gala, se sonríe y emociona. Y allí, bajo la sombrilla, y ante la atenta mirada de los curiosos, sigue trabajando en forrar lo que seguramente también harían en tiempos algunas personas de Cosuenda: una garrafa para llenarla de pajarilla.

SANTIAGO SANCHO V.