En la tumba del poeta John Keats puede leerse «Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua». Es inevitable recordar ese bello y triste epitafio ante el título del libro del zaragozano Joaquín Sánchez Vallés que ha publicado Pregunta Ediciones, Los signos en el agua. Al igual que el inglés, Sánchez Vallés está convencido de que la belleza trae consigo un gozo eterno, que permanece pese a todo. Y los poemas de esta antología son buena prueba de ello.

El autor ha escogido 99 poemas, significativo número próximo al centenar pero sin su rotundidad, para hacer el recuento personal de una larga trayectoria, ya que los textos abarcan 40 años de escritura, desde 1979 hasta 2019. Pero ha ordenado los poemas por afinidades temáticas o formales y no cronológicamente. Las únicas referencias temporales son las que fechan las cuatro poéticas que abren el libro, y que explican de una forma implícita pero muy interesante la evolución de su forma de entender la poesía.

En muchos de los poemas aquí recogidos late esa idea de signo en el agua que llama desde el título: los versos de Joaquín Sánchez Vallés están repletos de un significado esquivo que se le escapa entre los dedos al poeta, de manera que dentro del poema subyace solo el recuerdo de lo nombrado. Pero fuera queda la magnífica forma en que lo ha hecho, siempre con un medido sentido musical y con una certera elección de palabras, imágenes y metáforas.

Los 99 poemas de Los signos en el agua se convierten en una muestra mínima --porque, en realidad, podrían ser muchos más-- de que Joaquín Sánchez Vallés es un gran poeta que no necesita de gritos para hacerse oír, sentir y demostrar que puede apasionarse. Además, permiten disfrutar de la maestría formal del autor en la composición de sonetos, en los que resuena el eco grave de la mejor poesía clásica pero sin perder los matices de su propia voz.