«La mente es como un trineo inmundo que nos arrastra por malos caminos dejando huellas para que nos atrapen». Así da inicio este texto degenerado, violento, salvaje, celiniano y beckettiano, de imposible lectura para oídos finos -abstengánse también moralistas- y que plasma la voz corrupta de un pedófilo acusado de matar a una pequeña.

En una novela de poco más de 100 páginas Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) ha sabido mostrar el alegato final de un hombre hacia su propio destino, pero el texto supera esta primera lectura. Porque Degenerado pretende también «escribir contra la Historia... contra los jueces que designan la Historia, hay que escribir todo al revés». La lengua tampoco goza de la imposible absolución, la lengua culpable, la lengua indecente, soez, impúdica gozosa de lo impuro. Lo dicho, un libro al que no deberían acercarse los moralistas y si lo hacen que se bajo su cuenta y riesgo y que no digan que no se les ha advertido.

Incrustar la mente del lector en el mismísimo corazón mental de un incestuoso asesino bastaría para convertir esta novela en algo más que una de tantas novedades editoriales. Si no fuera suficiente sepan que Harwicz ha sabido delinear el «deseo último, el más intestinal, el único deseo genético [que] es haber vivido ese fantasma». Haber vivido, entonces, que hay una distancia sideral entre la escritura y lo real, sea lo que fuere porque «escribir no prueba nada del hombre que escribe. Lo que escribe uno no lo escribe. Escribir no es vivir. Vivir no es nada».

Por su pequeña ambición, este texto de apenas 100 páginas es un aviso del talento que en la escritora argentina ya está por venir: despiadado, épico en su pequeñez y sabiendo que la sed de mal mueve montañas y que el infierno son los otros.

DEGENERADO

Ariana Harwicz

Anagrama

128 páginas