La música cubana tradicional, el son y sus múltiples parientes, se ha filtrado en muchas músicas modernas, del pop al jazz, un influjo en el que tuvieron que ver ciertas aproximaciones en los años 90. La más cacareada a escala global fue el disco Buena Vista Social Club, en 1997, pero cinco años antes Santiago Auserón se adelantó con una obra de consumo más circunscrita a España, Semilla del son, álbum antológico cuya peripecia evoca ahora en un sustancioso libro del mismo título.

Sí, la gloria a gran escala se la llevó Ry Cooder, incluyendo un Grammy, pero el disco armado por Auserón apelaba a otros impulsos: más que a desencadenar un fenómeno comercial, aspiraba a una aproximación a la música cubana movida por un afán de «comprensión de nuestra propia complejidad cultural», sostiene. «Nos iba en ello algo más que un rendimiento mercantil».

CHOQUE

Tal y como evoca en el volumen, Semilla del son (Libros del Kultrum), Auserón visitó por primera vez Cuba en 1984, el año en que su grupo, Radio Futura, publicó La ley del desierto / La ley del mar. «Fue un choque tremendo oír nuestra lengua en boca de negros», recuerda. Ellos ya estaban sobre la pista caribeña: el descubrimiento de la música jamaicana les había animado a especular. «Pensábamos que, igual que en el reggae con el inglés criollo, debía haber en el Caribe de habla hispana músicas compatibles con la sonoridad del castellano».

Fue a escarbar en las músicas antiguas y se encontró con miradas de incredulidad. «Los músicos jóvenes cubanos me preguntaban qué buscaba en aquellos viejitos». La música cubana anterior a la revoluciónera vista como «una extensión del capitalismo». Y eso que los grandes de la Nueva Trova tenían ahí sus raíces. «Pablo Milanés era todo un sonero, y Silvio Rodríguez, Vicente Feliu, Noel Nicola... Todos eran enamorados de esa música tradicional».

Descubrió a El Guayabero («me voló la cabeza») y se volcó en la confección de la antología Semilla del son, recogiendo grabaciones semi-extraviadas de Benny Moré, el Trío Matamoros, el Septeto Nacional..., y de una figura cuyo nombre corría de boca en boca, Francisco Repilado, Compay Segundo, que entonces rozaba los 90. «Era como un Lao-Tse, un sabio del oriente cubano», recuerda evocando sus sesiones entre aromas de tabaco y tragos de ron. «Se metía conmigo. Yo me soplaba el ron de golpe y él me decía: ‘hombre, tú no sabes beber, al ron hay que tratarlo como a una muchacha, levantarlo, mirarle a los ojos, contemplarlo...’».

Ahí se plasmó el clásico Chan chan, retomado luego en otro disco clave, Antología de Compay Segundo, nueva producción de Auserón. En paralelo, Ry Cooder atraía a WimWenders a Cuba para el disco y película de Buena Vista.

Compay se sumó con gusto a la ola de Cooder y se olvidó a veces de la labor previa de Auserón. «Pero la última vez que nos vimos me dijo: ‘El disco que hicimos tú y yo es el caballo, como llaman ellos al número uno». La gratificación viene también por otros carriles. «Ahora, viendo los músicos que salen de las escuelas superiores, noto que hay una conciencia de que lo cubano es integrable, aunque lo más interesante pasará cuando salga sin pensar».