De una forma sutil, Carmen Aliaga propone a quien entre en las páginas de Madeleine y las otras, su más reciente poemario publicado por la editorial aragonesa Olifante, un texto con el que poder jugar a varios juegos. El primero de ellos tiene que ver con la voz que dicta estos versos, esa voz que es debida a la autora pero que va más allá, como ya deja claro el mismo título del libro. Las tres partes en las que se divide el poemario ya evidencian ese juego de espejos, que se traduce en reflejo de voces: primero Yo y mis otras, luego Ella y sus otras, para acabar confluyendo en Yo, Madeleine. La perspectiva desde la que se construye cada poema es engañosa, y por momentos pudiera resultar perturbadora, sobre todo con la visión de un testigo/narrador que, apostado tras el escondite de la palabra, atiende el despliegue amatorio que protagoniza el cuerpo de estos versos.

Pero Madeleine y las otras incita también a otro juego, el de tocarse, como no podría ser de otra forma en un poemario que tiene como base el erotismo. Carmen Aliaga sabe bien cómo trasvasar esos juegos físicos a palabras, y no solamente en lo tocante a las sensaciones táctiles, quizá las más inmediatas en escarceos físicos, sino también al resto de los sentidos, que confieren a estos poemas una esencia palpable.

Y por último, es este poemario un maravilloso juego del escondite, gracias al buen uso que la autora hace de la alusión y la insinuación del acto amoroso. Es gratificante comprobar cómo en un momento en el que parece haberse perdido la capacidad de la sugerencia pueden todavía paladearse versos como los de Madeleine y las otras, que sin perder un ápice de intensidad sensual no necesitan el recurso de lo explícito, que a menudo evidencia una cortedad de miras poéticas. No es desde luego el caso de Carmen Aliaga, que sabe bien acariciar los pliegues de un poema bien trabajado.

‘MADELEINE Y LAS OTRAS’

Carmen Aliaga

Olifante