Tanto en Estados Unidos como en Inglaterra existe una honorable tradición de maleantes renacidos en literatos. Merece la pena mencionar a un puñado de ellos. El caso más notable es el de Edward Bunker, aquel caballero cuyo rostro recordaba a un pitbull con un chili en el culo y última persona a quien deberías claxonear agresivamente en la autopista. Bunker, malandro por antonomasia, la emprendió (tarde pero bien) con una prolija carrera literaria que daría obras como No hay bestia tan feroz, Perro come perro, La fábrica de animales (sobre la experiencia carcelaria), Little boy blue (su libro más personal y querido, sobre su paso juvenil por el circuito de reformatorios) y las fabulosas memorias La educación del ladrón, una de las mayores inspiraciones para nuestro butronero de Vallecas. Bunker también fue actor ocasional (hizo de Señor Azul en Reservoir dogs). Toda su obra ha sido publicada en nuestro país por Sajalín Editores.

Otro ejemplo es Iceberg Slim, un chuloputas que se diferencia de Bunker no solo por su menor predisposición a hincar picahielos en córneas, sino también por el corte chillón de sus trajes y prosa. Anagrama le publicó aquí dos clásicos de narrativa proxeneta, Pimp. Memorias de un chulo (reeditada recientemente por Capitán Swing) y Trick baby. Los dos contenían más salacidad y jerga macarra que un Makoki de 1985.

Y no convendría olvidar En el patio, de Malcolm Braly, también publicada por Sajalín. Kurt Vonnegut dijo que era «la mejor novela carcelaria norteamericana» y Truman Capote alabó su autenticidad. Plagada de personajes inolvidables (Hielo Willy, Palo, Soledad Rojo, Gasolino...) y con un final que se lee sin aliento.

En el Reino Unido, el equivalente de Edward Bunker era un facineroso de nariz espachurrada a quien Raymond Chandler definió como «potencialmente peligroso»: Frank Norman, célebre por las novelas criminales en primera persona Bangtorightsy stand on me (sobre delincuencia en el Soho de los años 50) y el popular musical sobre cockneys de baja estofa Fings ain’t wot they used t’be.

En España, el género no está tan atestado de nombres. Tres ejemplos memorables, aunque de distinta calidad, son: Hasta la libertad, de José Moreno Cuenca, El Vaquilla. El Lute: camina o revienta, de Eleuterio Sánchez, El Lute. Y el doblete Confesiones de un gánster de Barcelona y El gran golpe del gánster de Barcelona, escritas a cuatro manos por Dani El Rojo y el escritor Lluc Oliveras.