Una rueda de prensa de Eduardo Mendoza puede llegar a ser un pequeño espectáculo en sí misma, habida cuenta de que consigue alternar momentos de franca hilaridad (cuando Elena Ramírez, la editora de Seix Barral, le pregunta con toda la intención: «¿Tukuulo existe realmente?» y todos oyen «¿Tu culo existe realmente?») con momentos de también franca gravedad, por ejemplo cuando, preguntado por la situación en Cataluña, el escritor barcelonés dice que las cosas están «mal», que no ve «soluciones» pero que hay que sentarse y hablar. El premio Cervantes 2016 aterriza esta semana en las librerías con 'El negociado del yin y el yang', segundo tomo de la trilogía que empezó con 'El rey recibe', y ayer celebró una rueda de prensa en la que habló de la nueva obra, de política, de Franco, por supuesto del arte de escribir.

«Mal», suelta tajante al ser preguntado por la situación política en Cataluña. «Quizá con esta respuesta sea suficiente». Como el silencio en la sala es indicativo de que no, Mendoza abunda: «No veo a dónde puede conducir lo que está pasando, que es negativo para todos. Es una situación de no win, como se suele decir cuando se habla del 'brexit'. Está causando un perjuicio duradero, social, económico y de imagen. No sé si se puede resolver, pero sí habría que abordarlo, y no sé si tiene solución, pero creo que sí hay soluciones», dice el autor de Qué está pasando en Cataluña, el librito que publicó en el 2017 para dar elementos de juicio sobre el conflicto político «a gente de fuera de Cataluña, e incluso de fuera de España», según explica.

Príncipe Tukuulo

Volviendo a Tukuulo: así se apellida el príncipe (Tadeusz Maria Clementij Tukuulo) que involucra al protagonista en un loco plan de reconquista del trono de Livonia, justo cuando este se encuentra a punto de dejar Nueva York y volver a Barcelona espoleado por los aires de cambio que empiezan a respirarse en España. Sí: el momento histórico es la Transición, y no es una nota al margen puesto que la trilogía y su protagonista, Rufo Batalla, están al servicio de la narración de acontecimientos clave de la segunda mitad del siglo XX. «Aunque, más que los hechos históricos conocidos, es lo marginal lo que me interesa», dice Mendoza. «Lo que me lleva a escribir estos libros es recordar cómo se veían en su día unos acontecimientos sociales, culturales o políticos que luego resultaron ser todo lo contrario». Para ilustrar, explicó que a finales de los 70, de visita en Japón, le llevaban a comer comida japonesa con la advertencia de que era «asquerosa», de que eso solo se comía allí y de que no cabía duda de que jamás «se exportaría».

Serio otra vez, Mendoza dice que reconoce una evolución en su escritura («he evolucionado sin darme cuenta», dice), desde la prosa «barroca» de sus primeras obras hasta la más depurada de las últimas. «Ahora estoy a punto de desaparecer», dice, bromista de nuevo. «Es la influencia del periodismo y de los nuevos lenguajes. Yo soy muy permeable. La próxima será toda en emoticonos», más bromista si cabe.

Franco y sus restos

Este es Eduardo Mendoza: de los emoticonos pasa a hablar de esa Transición que sirve de fondo a su novela («la Transición como tal solo existe en el momento en que se mira atrás y se dice: ‘Ha pasado un periodo llamado Transición’»), y luego, cuando salen a colación Franco y el traslado de los restos, recuerda que él propuso en su día un sorteo entre todos los españoles, «y que al que le tocara se lo llevara a casa» para ir más allá: «Era inevitable que tuviera algunas proyecciones simbólicas, coyunturales, si coincidía con una campaña electoral, como si hubiera algún momento en el que no hubiera campaña en España y luego se lo han llevado a un sitio con un nombre que suena a tebeo, como Mingagorda». El premio Cervantes está en forma. Su verbo está en forma. Es de esperar que su literatura también.