Después de airear sus crisis y sus adicciones en la película Rocketman, Elton John afina un poco más el tiro. La narración de Yo, su libro de memorias (Ed. Reservoir Books), permite precisar detalles y, sin dejar de relamerse las heridas, modular el relato revelando episodios deliciosos, soltando reflexiones sobre su relación con la música y el show business, entonando clamorosos mea culpa y mostrándose por fin ante el mundo como el tipo cabal que se embarca en una gira de despedida porque, simplemente, quiere ver crecer a sus hijitos y ayudarlos en los deberes.

La historia ya ha sido contada, pero la labor memorística del autor de Candle in the wind, plasmada en negro sobre blanco por Alexis Petridis, el agudo crítico musical de The Guardian (a quien el músico se limita a darle las gracias en las dedicatorias), reserva algunas horas de entretenimiento para los seguidores de su obra. Elton John es el tipo que simuló un intento de suicidio para boicotear su boda con una mujer, el adolescente tardío que no perdió la virginidad hasta los 23 (en tiempos de su descubrimiento de América) y el artista consciente de su déficit de sex appeal y de sus dificultades para arrasar en el escenario: pretendiendo dar espectáculo con el teclado, destrozándolo o arrastrándolo, más que un dios del rock rebelde lo que pareces es un operario de mudanzas en un mal día.

Canciones sobre borrachos y prostitutas

Elton John quita hierro a su motivación como compositor. No soy de esos músicos que se pasean con melodías en la cabeza todo el tiempo. No corro al piano en plena noche cuando me llega la inspiración, confiesa. Y ciertos éxitos comerciales le han pillado por sorpresa, como el del doble álbum Goodbye yellow brick road, un cancionero oscuro sobre borrachos, prostitutas y asesinos. Confirma, sí, su vocación de creador de álbumes, no solo de hits, de la mano de Bernie Taupin.

Resultan graciosos sus apuntes sobre Brian Wilson (esa visita a su casa de Bel Air en la que el beach boy no paraba de canturrear, de modo inquietante, el estribillo de Your song) y en torno a su competitividad con Rod Stewart: llegó a hacer disparar a un dirigible con su nombre en pleno centro de Londres, que cayó abatido sobre un autobús. Y qué decir de su conocida adicción a las compras, incluyendo la de un tranvía para su jardín que le mandaron desde Australia y que requería el uso de dos helicópteros. Rechaza que con los regalos pretenda comprar el afecto de la gente. Tan solo le gusta ver la cara de la gente ante el obsequio, sostiene.

Barra libre de adicciones

El morbo se dispara cuando entran en escena sus otros chutes existenciales: de cocaína, alcohol, sexo, comida. Si a algún fan de Elton John le pareció que Leather jackets, de 1986, es uno de sus peores discos, debe saber que dispondrá de la compresión de su autor. Álbum cocinado entre efluvios de coca, en el que reunió bodrios desechados que, después de unas cuantas rayas, le parecían obras maestras.

La relación con su madre, figura poco dicharachera, avanza como un subtexto a lo largo del libro, y reserva episodios estridentes cuando, entrado el siglo XXI, Elton John consuma su unión civil con David Furnish, antesala del matrimonio. A estas alturas, tres décadas después de haber debido asumir la homosexualidad de su hijo, a ella no le parece bien que las parejas gais reciban el mismo trato que las de distinto sexo.

Reveses que la estrella debe asumir con resignación, como ese cáncer de próstata que encaja de modo expeditivo, prefiriendo la extirpación a la quimioterapia. El Elton John maduro es propenso a las decisiones drásticas, como el anuncio de esa última gira pensada para ver crecer de cerca a sus retoños. Pero no se fíen, el espectáculo continuará, como deducimos cuando advierte: quiero actuar en directo, pero en espectáculos más pequeños".