Que Una cierta edad, el dietario que Marcos Ordóñez escribió entre el 2011 y el 2016, sea un libro tan luminoso es motivo de pasmo. Pero no por esa edad cierta, 62 primaveras de nada recién cumplidas, sino porque el autor asegura con su voz rotunda que corresponde a un periodo de «sobredosis de momentos malos». Y como su intención era no infringírselos a la gente, Ordóñez, novelista y crítico teatral, apasionado y generoso, se quedó solo con los hallazgos más luminosos y bienhumorados de sus cuadernos más íntimos. Y aunque él no quiere que se incida en ello, aquellos tiempos, hay que reconocerlo le iba, como diría Rosalía, «mu’ mal, mu’ mal, mu’ mal». Pero, oye, ni rastro de aquello en la alegría de sus palabras de hoy y lo que es mejor, ni rastro en un libro publicado por Anagrama en el que se ha propuesto la «búsqueda de la belleza y del buen humor».

Con lirismo y gracia se reúnen fragmentos en los que se disparan pensamientos, recuerdos, citas, paseos, se recopilan lecturas y canciones, breves esbozos de situaciones, humoradas locas -como percibir que un mirlo en tu jardín está entonando el principio de la sintonía de Mannix, la serie televisiva de los 70-, algo de humor negro, frases captadas a base de poner la oreja en la calle e iluminaciones varias. «Lo que no está en el libro, voluntariamente, es la política o el trasfondo social porque es lo que más rápido se gasta».

Hay que decir aquí que Ordóñez tiene un jardín salvaje y despeluchado, como un gato viejo, desde donde le toma el pulso a la naturaleza. «En este diario no constato los días, pero sí los años y dejo que el lector aprecie cómo van pasando las estaciones». Por sus páginas circulan, como por otros libros suyos, su gata Rosalía, la última de una larga estirpe, y Bigún (un Garfield pero más regio), que Ordóñez identifica con un trasunto de sí mismo. La nota triste es que el libro ha aparecido cuando por su casa por primera vez en muchos años ya no se pasea felino alguno.

Podría confundirse el libro con una selección de reflexiones sobre teatro, que las hay y son muchas, pero no. «Las historias que se cuentan aquí valen por sí mismas, no porque sean teatrales». La ventaja, claro está, es que en la presentación de un libro así, teatreros como Mario Gas en Barcelona o la gran Irene Escolar en Madrid leyeran en voz alta algunos de sus fragmentos. No en vano, aquí aparecen muchas historias de la profesión, a menudo desternillantes, casi siempre entre bambalinas. Y ahí el crítico saca pecho frente a la conversación que mantuvo en un largo paseo con la Espert -«no me quiero dar pote, pero estoy muy orgulloso de haber sabido transcribirla»- o se pone a fabular con la posibilidad de que si fuera norteamericano, a Mario Gas le estaría esperando el papel de Mark Twain, con sus mostachones, su barba y su melena blanca.

FRASES DE WÉSTERN

Y hablando de canas, algunas hay. Pese a la carga feliz del libro, las sombras que se asoman tienen que ver con los que ya no están: Ana María Moix, Álex Angulo... «Lo de la cierta edad es algo que me decía y aún me dice mi madre, porque siempre se tiene cierta edad para hacer algo. Sentar la cabeza, por ejemplo. Por otro lado, mi padre soltaba sentencias que parecían de wéstern. ‘Cualquier día sin tierra encima es un buen día’, por ejemplo». Y es que siguiendo con el símil, en esa cierta edad «ya empiezan a silbar las balas a tu alrededor, así que lo mejor es estar contento y disfrutar del presente».

Se confiesa lector de diarios, aunque no espera que lo lean solo los aficionados al género porque, dice, la primera ley de su decálogo es no aburrir. «Mis dietarios favoritos tienen algo de autobiografía íntima, como el de Jules Renard; y en España, los de Ignacio Vidal-Folch, memorable, e Iñaki Uriarte. A ambos los cito. Da la impresión de que son libros escritos de noche y para ser leídos de noche».

En las primeras líneas de su volumen, Ordóñez hace esta declaración: «Un dietario suele escribirse por distintos motivos. Los míos diría que son tres: tratar de sujetar lo que escapa del paso de los días, pensar con un poco de calma y correr en libertad, jugando con tonos y géneros». Que así sea.