rigida por Jesús Egido, acaba de lanzar al mercado una nueva edición de Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós, que es un verdadero prodigio, una belleza editorial. Con ilustraciones de Toño Benavides y prólogo de José María Merino, los dos tomos de la publicación emanan el aroma de lo clásico.

Debido, además, al texto, naturalmente, puesto que esta monumental novela ingresó hace mucho tiempo en el campo de la inmortalidad literaria, o en la calificación de obra maestra.

No para Harold Bloom, el crítico norteamericano a quien algunos tienen (no es mi caso) como un gurú, oriente o guía de las letras. Bloom es autor de un canon de literatura excelsa donde Galdós no ocupa más allá de una triste línea. ¿Lo habrá leído alguna vez? ¿Y La regenta de Clarín, la habrá leído Bloom?

Quien sí lo había hecho, y lo despreciaba, era Rosa Chacel. José María Merino cuenta en su prólogo que cuando Chacel vio en su estantería unas cuantas novelas de Galdós se extrañó mucho de que dedicara tiempo, espacio y atención a aquel escritor «garbancero».

Así lo llamaba, de este cruel y ridículo modo lo había esperpénticamente bautizado Ramón del Valle-Inclán, íntimo enemigo de aquel Galdós contemporáneo que su su misma época, aunque habiendo comenzado a escribir antes, le mojó la oreja con su éxito editorial y popular... Pero ¿por qué garbancero? Con ese apodo, Valle pretendía herir a Galdós vinculándolo a los guisos más populacheros de la cultura, a géneros menores, a mediocres recursos...

No sólo Valle utilizó hasta la extenuación este insulto, sino que otros muchos autores de la época, los asignados, sobre todo, a las vanguardias, criticaron el trabajo de don Benito por considerarlo como una mera expresión del costumbrismo, una visión arcaica y demasiado convencional de la literatura; a la que, desde su punto de vista, no aportaba casi nada...

La cosa no quedó ahí. Incluso en nuestra época contemporánea autores como Umbral, además de Chacel y otros muchos, siguieron considerando a Pérez Galdós poco menos que como una antigualla... ¿Habrían leído los Episodios nacionales? ¿Misericordia? ¿Fortunata y Jacinta?

Probablemente no, o tan por encima como para no apreciar sus formidables recursos y la gran variedad de tonos, puntos de vista, episodios, personajes con los que el maestro no solo decoraba, no sólo llenaba, ilustraba, sino que cimentaba, porque lo que realmente hizo a lo largo de su carrera novelística fue enriquecer sus novelas con nuevos conflictos sociales, perfiles psicológicos, tipos, cientos de ellos... Como aquel Baldomero Santa Cruz que en las páginas de Fortunata y Jacinta opinaba: «Yo no sé qué sucederá dentro de veinte, dentro de cincuenta años. En la sociedad española nunca se puede fiar tan largo. Lo único que sabemos es que nuestro país sufre fiebres intermitentes de revolución y paz... Así somos y así seremos hasta que se afeiten las ranas».

Un novelón.