Alicia es, claro, Alicia en el país de las maravillas, la inmortal obra de Lewis Carroll.

Pero también Alicia era, fue Alicia Lidell, la niña en la que Charles Dodgson se inspiró, con el seudónimo de Carroll, para soñar su extraño relato. Una niña a la que conocería realmente, en Oxford, donde impartía clases, y con la que mantuvo una relación, cuando menos singular.

A partir de esa original amistad entre un maduro profesor y una provocadora lolita, el escritor argentino Guillermo Martínez ha urdido una ingeniosa trama novelesca, Los crímenes de Alicia (Destino) que ha merecido el Premio Nadal.

En sus páginas, el autor de Los crímenes de Oxford, otra de sus anteriores y exitosas novelas, que de alguna manera prefigura ésta última, abunda en la fórmula que mejor domina: la de la novela enigma. Aquélla en la que la trama invita o debe empujar a una lectura rápida y muy entretenida en pos de la sombra que ha ennegrecido los primeros capítulos con la comisión de un deleznable delito. Por lo general, uno o varios crímenes que una mente superdotada para la investigación deberá desentrañar.

En este caso, Guillermo Martínez confiará el papel del detective al profesor Seldom, un reputado catedrático de Matemáticas de Oxford, siempre envuelto en sesudas investigaciones, en la elucidación de viejos problemas lógicos, enunciando nuevos teoremas o, en sus ratos libres, que son pocos, sentimentalmente ocupado en una Hermandad consagrada a la memoria de Lewis Carroll, asimismo matemático profesional... y fotógrafo, un excelente y morboso fotógrafo.

Cuya cámara, hacia 1860, con el arte de la fotografía prácticamente recién nacido, captaba con frecuencia imágenes de niñas pequeñas en posturas, cuando menos, singulares. Mostrando unas veces más piel de la necesaria, posando otras atrevidamente, casi, o sin casi, como modelos adultas. Incluso, en algunas de aquellas artísticas composiciones, acercándose de tal modo al fotógrafo y dejándose abrazar por el propio Carroll con tanta intensidad que si no acababan de besarse bien podrían haber estado a punto de hacerlo.

¿Era el autor de Alicia un pederasta? ¿Usó a la pequeña Lidell y a algunas de sus amigas de ocho, diez, doce años para canalizar sus inconfesables deseos sexuales?

Tal vez sí, tal vez no... No podemos estar seguros, nos recuerda en su novela Guillermo Martínez, porque en la Inglaterra victoriana regían otras normas éticas con respecto a los niños. Su desnudez no estaba considerada como un atentado contra la moral, como una tentación o como un peligro, siendo una circunstancia inofensiva y natural.

En cualquier caso, con pecado de Lewis Carroll o sin él, Los crímenes de Alicia irán tejiendo en su amena lectura un argumento puramente canónico de la novela enigma. La humedad de Oxford y la sombra de Carroll y de su Hermandad nos acompañarán hasta el insospechable desenlace y disfrutaremos de un lenguaje culto, de escenas de atmósferas cuidadas y de buenos personajes...

Disfrutaremos, punto.

Título: ‘Los crímenes de Alicia’

Autor: Guillermo Martínez

Editorial: Destino