La época imperial romana correspondiente a la dinastía Julio-Claudia siempre ha sido tentadora para todo aquel que quisiera construir una historia jugosa y entretenida. Las anécdotas que aderezan la vida y hechos de los emperadores descendientes directos de Julio César son dignas del mejor culebrón contemporáneo, ya desde los tiempos de Suetonio, cuya Vida de los doce Césares es en buena parte responsable de esa imagen extravagante y depravada que ha llegado hasta nuestros días de aquellos gobernantes.

En su más reciente novela, publicada como es habitual por Onagro Ediciones, Fernando Jiménez Ocaña evoca la figura del emperador que culmina esa dinastía, tanto históricamente como en sus costumbres excesivas: Nerón, a quien el título del libro ya califica sin mucho resquicio al equívoco como El monstruo del arpa dorada.

Tampoco se resiste Jiménez Ocaña a sacar jugo a las historias y chismorreos que han acompañado a Nerón y su corte desde antes incluso de la muerte del emperador, que son las que dan fuelle y cuerpo a la novela: intrigas, traiciones, muertes violentas -como la de su antecesor Claudio o la de su madre, la nada fiable Agripina-, gladiadores caníbales, escenas subidas de tono y cómo no, el incendio de Roma, de cuya responsabildad por cierto se absuelve al emperador, llenan profusamente las casi 400 páginas del libro.

Es llamativo que prácticamente ningún personaje se libra de la contaminación del envilecimiento; ni siquiera el para otros respetable Séneca, cuyo estoicismo esconde la hipocresía, tal y como muestra el autor. Pero es que todos en esta novela se muestran tal si fueran figuras movidas por los más bajos instintos -los más afortunados- o por el miedo -los menos favorecidos- dentro de un retablo de marionetas en donde, como bien dice Jiménez Ocaña, la realidad superó ampliamente a la ficción.