La última vez que pensé en Historia de un payaso, de Heinrich Böll, fue al salir de ver la película Joker. O al poco de aparecer en pantalla el payaso, seguramente. Entre el joker y el clown de Böll se tendía, sobre todo, una relación inicial: ambos reaccionaban contra una sociedad que no les gustaba. Que todavía no les rechazaba, que aún no les había mostrado toda su monstruosa capacidad de hacerles daño, pero que no había conseguido seducirles, y tampoco contentarles para que, al menos, permanecieran callados, sin histrionismos, sin provocaciones ni números...

Y, ahora, leyendo los cuentos de Böll, publicados por Mishkin Editores con el título de Entre guerras. Relatos de los vencidos, he vuelto a pensar en Historia de un payaso.

Especialmente con la lectura de un cuento, El hombre de los cuchillos, en el que el mundo del circo torna a aparecer de forma fantasmagórica. Su protagonista es un lanzador de cuchillos, y su compañero de elenco un muchacho que finalmente se prestará a hacer de diana para que el lanzador se luzca silueteándolo peligrosamente con sus lanzamientos.

El trasfondo psicológico de este relato podría apuntar a la indefensión que el propio escritor sintió cuando quedó atrapado en la Segunda Guerra Mundial, entre el amor a su patria y su rechazo al fascismo, con el que, en un principio, sin embargo, contemporizó.

Esa extraña y amarga sensación, la de haber perdido la identidad, incluso la patria, a manos de fuerzas que acudían a liberarla sacudió al joven Böll al extremo de condicionar en adelante una buena parte de su obra literaria.

Hay otro cuento en Entre guerras que también eleva a categoría de arte esa tumultuosa mezcla de sensaciones como la frustración, la esperanza y la sed de venganza. Se titula Anna la pálida. Comienza de una manera extraordinaria y sutil, cuando un soldado alemán convaleciente (con altas probabilidades de ser el propio Böll) observa en la habitación de la pensión donde se recupera una fotografía de un tranvía y, asomado a la ventana, el rostro de un mujer que él amó. La patrona, que lo sorprende mirando una y otra vez la foto, obsesionado, le informará de que esa muchacha había sido novia de su hijo y, ¡casualidades de la vida!, se encuentra en ese preciso momento en esa misma casa, en su pensión y, para colmo, en la habitación contigua a nuestro héroe. Una vez éste sabe que apenas le separa el tabique de su idealizado objeto de deseo, el relato derivará a una nueva encrucijada entre la latencia del deseo y la voluntad de ejecutarlo, entre la reflexión y la acción, entre la pasión y el olvido...

Relatos difíciles, enrevesados, profundos, plagados de luces y sombras, de fogonazos, iluminaciones, fantasmagorías y penumbras. La prosa tensa, implacable, de un autor que miró más hacia adentro, hacia el corazón humano, que a los paisajes y ciudades, a las bellezas y ruinas de una Alemania que él vería alzarse, derrumbarse y reconstruirse... Seguramente como a sí mismo.