El detective Harry McCoy no sabe hasta qué punto dar crédito al chivatazo que Howie Nairn acaba de darle en la cárcel. Al parecer, en menos de 24 horas alguien va a liquidar a una tal Lorna. Pero no sabe decirle de qué Lorna se trata ni quién va a llevar a cabo el crimen. Al día siguiente alguien dispara a bocajarro a Lorna Skirving, una camarera de 19 años, en una estación de autobuses. Tenemos al culpable. Tommy Malone, un chaval de 17 años que, tras asesinar a la joven, termina con su propia vida. Caso cerrado. Conocemos la identidad de la víctima y quién es el asesino. Pero cuando Howie Nairm aparece muerto en las duchas con la lengua cortada tras haber hablado con McCoy, la policía de Glasgow decide que es necesario investigar todo más a fondo.

Parks se empapa de la violencia y la crudeza de la tradición más pura del tartan noir para construir Enero sangriento. Tendremos a policías cabreados aficionados en exceso a la bebida, adictos a las drogas y al poder, familias de mafiosos que consiguen tener comiendo de su mano a quien se proponen, prostitutas y madamas capaces de proporcionar todo aquello que los clientes desean, torturas y crueldad extrema. Incluso encontramos el binomio de policía con experiencia y novato a su cargo para que, a la vez que McCoy le enseña a Wattie cómo funcionan las cosas en Glasgow, se las muestre también al lector.

Alan Parks apuesta sobre seguro en su primera novela. Ha escogido una serie de elementos que funcionan y que el lector experimentado reconoce con facilidad. Puede que si hubiese tomado algunos riesgos la historia sería más rica, pero de este modo obtiene el efecto deseado: que sepamos en qué territorio nos movemos. No hay grandes sorpresas en la trama, pero las elecciones que realiza logran que el interés se mantenga vivo hasta la última página. Y lo logra partiendo de una premisa en la que conocemos al culpable de la intriga en las primeras cincuenta páginas. ¿Cómo lo hace? A través de una buena construcción de personajes y sobre todo con unos decorados que llenan nuestra mente de imágenes conocidas. El Glasgow de los años 70. Las viviendas semiderruidas, los pubs, las fábricas abandonadas repletas de gente que no tiene dónde ir.

A pesar de que las leyes contra la homosexualidad en Escocia no fueron suprimidas hasta 1979, y que el machismo exuda por los poros de todos los personajes, Parks trata de hacerle un lavado de cara a su historia mostrando algunas miradas más propias del siglo XXI que de los años 70. Es una apuesta arriesgada, ya que muchos pueden criticar esa falta de precisión histórica. Pero todos sabemos que, en el fondo, nada nunca es por completo de un bando o del contrario. Lo que sí consigue gracias a este posicionamiento es deshacerse de una de las pátinas más oxidadas y rancias del género, una serie de ingredientes que tenían su razón de ser hace medio siglo. Pero que ya resultan anticuados, y hasta incómodos, para el lector contemporáneo.