Cada novela tiene su color, y es determinante a la hora de elegirla. Después, ocurre que algunas van adquiriendo otras tonalidades y se convierten en algo muy distinto a lo que anunciaban en un primer momento. Soy afortunado por haberme encontrado inmerso de repente en una historia sin medias tintas en la que lo negro parece abarcarlo todo: el género, el humor y el futuro de sus protagonistas. Hacía mucho tiempo que no me enganchaba tanto a un libro, disfrutando de esa maravillosa necesidad de seguir y seguir ahí, convertido en el mayor reincidente y ajeno a lo que suceda fuera de sus páginas, sin duda asuntos triviales que han dejado de importarme por completo.

Esta es una novela inteligente, muy inteligente, porque juega con el lector a la vez que le inquieta y le seduce en similares proporciones. Cada capítulo comienza con voz propia, en primera persona, pero unas veces se trata del bueno y otras del malo, adjetivos que me ayudan a simplificar de manera simplista. No resulta fácil para cualquier lector, por ávido y despierto que sea, adivinar a la primera de cambio quién posee el turno de la palabra, pues está tan bien escrito, tan medido, tan exacto, que caben mil interpretaciones tanto en los pensamientos del policía como en los del psicópata, especialmente en lo que respecta a lo cotidiano.

Y sin apenas darme cuenta, la trama sigue y se enreda a través de episodios breves y fulminantes que me dejan sin respiro, y que voy leyendo despacito, como si con eso me asegurara de que me van a durar más. Me he recreado en frases, párrafos y diálogos, los que salen de las bocas directos a las orejas y los que se quedan, enquistados, en el interior. Potentes y descriptivos, son necesarios para entender los antecedentes de quienes los construyen. Me gusta igualmente cómo se detallan los pasos y los trámites que la justicia requiere para ser impartida como tal. Lástima que cuando empiezo a comprender mejor el sistema, vuelve el horror con nombre y apellido, que acecha, vigila, observa y escucha, que sabe que tiene una misión pendiente de la que no puede renegar. Nada hay tan desasosegante como esperar una visita que tarda en llegar, pero que tarde o temprano habrá de salir del ascensor para entrar en casa. Sublime momento.

A un primer asesinato le sucede un segundo, y parece que no cabe ninguna duda al afirmar que ambos han sido cometidos por la misma mano, con la misma arma y con el mismo odio. Con una estructura que logra mantenerme en vilo desde el principio, supone para mí un gran recurso contar con más información que los propios personajes, porque me temo lo peor para ellos incluso cuando ellos ni siquiera son conscientes del peligro. Merecedora del Premio de Novela Policía Nacional en su tercera convocatoria, El sacrificio del cordero, escrita por Fernando Gómez Recio y editada por Algaida, consigue desafiar a los tópicos que inundan a tantas y tantas obras que intentan atrapar la atención pero que se quedan atrapadas en el intento. Es delicioso seguir descubriendo nuevos autores y nuevas formas de contar, sobre todo cuando se hace desde el desgarro, la pasión y la minuciosidad, imponiendo desconcierto envuelto en literatura.

Tampoco se pueden obviar en este texto ni la ironía ni el desenfado, perfectamente encajados cada vez que el infierno merece un respiro, dándole a los diálogos un ritmo ágil y vivo. Esta es una novela diferente porque nadie me lo había contado jamás así, seguro que lo recordaría. Esta es una novela diferente porque no esconde nada y, sin embargo, invita a no dar nada por hecho. Esta es una novela diferente porque cuestiona actitudes y acciones, porque permite que las miradas se concentren en la ambigüedad. Sus planteamientos van más allá de lo que a priori parece, y las conclusiones alcanzadas encierran mayor complejidad de lo que a posteriori pueda parecer. En definitiva, para quienes busquen una trama brillante llena de matices, este es el título. No hay color.